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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Tertulias improvisadas con el Mago


Conocí personalmente a Mariano Baptista Gumucio, el Mago, en una recepción de gala llevada a cabo en la residencia de la embajada de los Estados Unidos de América, celebrada con motivo de la XXIII Feria Internacional del Libro de La Paz, en agosto de 2018. La estaba ofreciendo el notable diplomático americano Bruce Williamson, encargado de negocios.

Obviamente yo ya lo conocía, pero él no a mí. Cuando lo vi personalmente, su rostro me pareció una calca del rostro del expresidente Mariano Baptista Caserta.

La casa del evento era espaciosa y bonita; todos, con copas de vino en las manos o pequeños bocados de canapé sostenidos con el índice y el pulgar, platicaban en grupos de tres o cuatro personas, en los distintos salones que había en la residencia puestos a disposición de los invitados. Lo vi desde lejos; estaba sentado en un sillón de terciopelo, aislado y con el semblante de un hombre pensativo. Para entonces, ya había leído varias de sus obras, como Cartas para comprender la historia de Bolivia, por ejemplo, y por supuesto, su clásica biografía del poeta andino Yo fui el orgullo: Vida y pensamiento de Franz Tamayo.

Me le acerqué. Le extendí la mano al tiempo que me presentaba con la credencial que más me gusta y que –creo- mejor me define: escritor. Tomé asiento frente a él, y desde aquel instante, abstrayéndonos del bullicio de las personas vestidas de frac que hablaban atropelladamente de política internacional y finanzas, nos sumimos en el océano de la literatura nacional y extranjera. Libros que habían sido presentados en aquella feria. Conferencias magistrales, tertulias y charlas de literatura que se había ofrecido. Obras de nuestro canon literario nacional. Columnistas de los periódicos más grandes e influyentes del mundo. Arte en general. Y la obra de aquel solitario artista que labró en mármol de Paros sus versos, viendo el fulgor de las aguas del Titicaca, sentado en la cima de una loma de su altiplano querido, bajo el sol metálico del Ande: Tamayo.

Ya eran alrededor de las once de la noche y todos los diplomáticos estaban dejando el lugar. Había que salir. Perdí de vista al Mago, quien salió asido del brazo de su esposa, pero tenía su tarjeta, me la había dado con el compromiso de llamarlo algún día próximo. Pero no lo llamé sino que, pasadas unas semanas, siguiendo la dirección de la tarjetita, una mañana subí al noveno piso del edificio Cosmos, en pleno Prado paceño, y lo encontré ahí, sentado detrás de su escritorio.

Su oficina es un caos total, como si un tifón asolara el lugar diariamente: revistas, recortes periodísticos, libros dispersos por todas partes, una percha que tiene colgados una bata, un sombrero y una corbata, cajas y más cajas de libros viejos, papelitos anotados de cabo a rabo por todo lado, libros marcados en determinadas páginas con toda clase de objetos. Es, con todo, un digno escritorio de un intelectual, de un obrero del pensamiento y la palabra. Porque escritorio caótico y desordenado es sinónimo inequívoco de lugar donde se trabaja duro y sin descanso. Y el nombre del Mago es eso mismo: una vida dedicada a la escritura, la cultura y la investigación, sin minuto de tregua.

Son tertulias que no están en agenda, improvisadas, que no están en nuestras rutinas. Es simple: si estoy caminando en la mañana por el Prado y se me antoja hablar de libros y literatura, llamo el ascensor y subo hasta el piso nueve del edificio Cosmos; ahí encuentro al Mago, quien siempre me pregunta qué estoy leyendo o en qué me encuentro trabajando. Hablamos también de política, pero muy poco. Siempre lo veo abstraído en sus labores de recopilación de documentos históricos. Que haciendo antologías de poetas, que investigando la vida del Chueco Céspedes, que preparando eventos culturales, que redactando la semblanza de algún escritor boliviano destacado.

El Mago, figura señera de la cultura boliviana, no está de cumpleaños ni nada, pero ¿por qué no hablar cualquier día, como hoy, de un personaje así de apasionante?

El autor es licenciado en Ciencias Políticas.

 
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