Tomás Monje Gutiérrez fue un hombre honesto e íntegro. En circunstancias que él se desempeñaba como presidente de la Corte Superior de Justicia de La Paz fue llamado, por las fuerzas cívico-políticas, para ocupar la presidencia de la República, aquel encarnizado 21 de julio de 1946.
Él no pertenecía a un sector social, político ni estudiantil, no tenía color ni sigla. No obedecía consigna alguna. Pero en ese momento de crisis nacional, posiblemente representaba una salida, para evitar la zozobra y la incertidumbre ciudadanas.
No había buscado la presidencia de la República, sino que ésta lo buscó en su domicilio, en su lecho de enfermo. No había pensado ser presidente ni el 21 de julio ni después. Ahora la decisión no dependía de su persona. Ahora la decisión emergía de las “bases”, del pueblo en armas, que reclamaba: ¡Monje presidente! Estuvo conminado, por lo visto, a asumir la voz del soberano, en su desesperación. Quizá por su delicada salud no pudo encarar las cosas, en toda su dimensión. Pero hizo algo. Y ello significa mucho.
La verdad es que él no había nacido para ser presidente. Y menos para ser político. Consecuentemente, no sabía de actitudes demagógicas. Tampoco sabía mentir ni falsear la verdad. No acostumbraba despertar falsas expectativas. No era vengativo, calumniador ni partidario de prácticas prorroguistas. Era un hombre de conducta rectilínea en la vida pública y privada. Todo ello se inscribe en su breve interinato gubernamental.
Las fuerzas cívico-políticas habían emprendido una campaña a fin que Monje Gutiérrez sea el candidato único en los comicios de fecha 5 de enero de 1947. Inquietud que fue rechazada de plano por él, ya que no quería perpetuarse en el Poder. Era partidario de la democracia, con alternabilidad en el gobierno.
Es más. Tomás Monje Gutiérrez, el ilustre magistrado yungueño, no poseía un bien inmueble propio. Es decir de su propiedad. Vivía en una modesta casa alquilada, en la zona Miraflores, de esta capital. Era un inquilino más, como tantos otros.
Tal aspecto ratifica su humildad. Y no sólo ello sino su transparencia y su conducta incorruptible. He ahí lo más destacable de su persona.
Monje Gutiérrez no había adquirido la tendencia de amasar fortuna, como lo hicieron, y aún lo hacen, muchos de sus colegas. Éstos tienen casonas y autos de último modelo. Viven con el lujo y la ostentación, a costa de sus clientes.
La humildad no denigra, la riqueza ofende. La humildad es el reflejo de las mayorías y la arrogancia de las minorías. La humildad es la sensibilidad social. Y la altivez es la insensibilidad social.
En suma: Tomás Monje Gutiérrez fue una figura única y paradigmática.
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