El escenario político electoral que vive el país se asemeja a una auténtica farándula, protagonizada por oficialistas y opositores que pretenden capitalizar los votos de una ciudadanía que aún se encuentra asimilando la apresurada convocatoria a elecciones generales de un Tribunal Supremo Electoral que, definitivamente, evidencia no estar debidamente preparada para administrar con transparencia y ecuanimidad los comicios del próximo 20 de octubre.
Como era de esperarse, la clase política nacional viene intensificando el termómetro electoral, con declaraciones que pretenden acrecentar la polémica en torno a la habilitación ilegítima e inconstitucional del “iluminado” e insustituible Evo morales y la defensa de los resultados del 21-F. A ellos se suman los desafíos a debates formulados desde las filas oficialistas, a la cabeza del vicepresidente y los líderes de oposición que, a su turno, vienen condicionando la realización del mismo, a ciertos formatos bastante sui generis y excusas por doquier.
Es el caso del vicepresidente, que continuamente se ha puesto al frente de cualquier debate planteado por los líderes de oposición, cual fiel escudero defensor del atemorizado Morales que jamás tuvo la capacidad de debatir y confrontar a la oposición, dadas sus grandes limitaciones. García Linera se ha constituido en el paladín protector del tan desgastado proceso de cambio y la ideología pseudo socialista que pregona hasta el hastío; tal vez arropado en su acomplejada faceta de intelectual palabrero, dueño de la verdad, ovacionado e idolatrado por la pléyade de lemúridos creyentes que asumen, ciegamente, sus retorcidos y maquiavélicos lineamientos políticos.
Quedarán grabadas en los albores de la historia, las infortunadas aseveraciones tan típicas que llevan su sello personal. Creador del célebre “empate técnico” en ocasión de los resultados del 21-F, o “el sol se va esconder y la luna se va escapar y todo será tristeza”. Además del amplio popurrí de exabruptos y chambonadas que desnudan sus limitaciones eruditas que, al parecer, están acordes a sus “70.000 millones de neuronas trabajando en su cerebro”; sus inexactos cálculos matemáticos (90 x 3=180); los modos y formas de entablar diálogos discursivos, en ocasión de entrega de obras, recurriendo a un lenguaje por demás irrespetuoso a la inteligencia, cual acomodado a cándidos infantes de un kindergarten; su petulancia exagerada de estar frente a una enciclopedia andante por jactarse de haber leído más de 50.000 libros, o quizá ante un auténtico “huayraleva”, dada su estrechez cultural que alimenta su egolatría pintoresca.
Por su parte, Evo Morales siempre ha rehuido al debate planteado por los líderes de la oposición. Es más, nunca tuvo la capacidad de aceptarlo ni como candidato a la presidencia ni después, cuando fue presidente. Siempre arguyó una serie de excusas, alegando que solo debatiría con el pueblo, aunque, en el fondo, siente inseguridad y miedo a confrontar ideas de manera técnica y con mayor altura académica.
Lo cierto es que el vicepresidente ya no podrá excusarse ante el reciente desafío formulado por los legisladores Edwin Rodríguez y Rafael Quispe, quienes pidieron que el mismo sea en quechua y aymara para que “no se aburra”. Además de increparle a que no sea miedoso y se corra, cuál ha sido siempre su conducta, buscando excusas y pretextos para evadir aquello que él mismo expresó de estar frente a cuatro o seis de los candidatos opositores participantes en las elecciones generales.
Sin duda, la invitación al debate sería una atractiva oportunidad para que García Linera pueda demostrarle al pueblo boliviano que tiene la suficiente capacidad, honestidad, valentía y, sobre todo, palabra para confrontar ideas y posturas políticas y no se trate simple y llanamente de una burda distracción fatua, arrogante e insidiosa.
El autor es MGR. Docente e investigador Universidad Mayor de San Simón (UMSS) – Cbba.
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