La competencia electoral que enfrenta el pueblo boliviano se ha ido modificando. Con rapidez cinematográfica cambia de actores, libretos y escenarios y aún se producirán más cambios, tanto de forma como de fondo, algunos de los cuales ya son percibidos.
Hace meses aparecieron en el escenario preelectoral por lo menos ocho candidatos presidenciales, con sus respectivas clientelas. Se destacaron por su entusiasmo, y deseosos de correr en la pista olímpica para llegar primeros a la victoriosa meta electoral, aunque, unos más que otros, preocupados por la vigencia imperativa del referéndum del 21 de febrero de 2016 que rechazó la re-reelección del presidente.
Después del pistoletazo de partida de la maratón electoral, en el conjunto de candidatos destacaron dos de ellos (sin mencionar nombres propios), pudiendo ser clasificados como el “candidato constitucional” y el “candidato anticonstitucional”.
Aparte de esas dos corrientes que participaban en el trayecto, otros candidatos también se hicieron presentes en el concurso, haciendo el total de ocho postulantes para ocupar la silla presidencial.
Pero mientras en las tiendas mayores no se observaba cambios importantes, no ocurrió lo mismo en las menores, cuyos militantes fueron presa de dudas y deserciones, debido a las maniobras políticas que se producen para estos comicios y, en especial, por carencia de dirigentes idóneos y programas adecuados para enfrentar la candente situación económica y social del país.
Como producto de esa nueva realidad, el panorama electoral quedó formado solo por dos candidatos, mientras los de menor volumen hacen “mutis por el foro” o bien, debilitados, ni pio dicen.
En efecto, la ciudadanía confirma que solo quedan dos candidatos por quienes votar: el antiprorroguista y el prorroguista. En ese sentido, si bien al principiar la campaña, los dos candidatos grandes contaban con el 80 por ciento de la votación en total, los pequeños ya no cuentan ni con el 20 por ciento que tenían antes e inclusive se arriman al candidato constitucional, pues la corriente mayor atrae a la menor.
Lo mismo se puede afirmar de las “plataformas” que, sin timonel ni brújula, se inclinan por el candidato que secunda la vía constitucional. En esa forma, quedan solo dos candidatos, es decir, se repite lo que sucedió en el referéndum del 21F.
En esa forma, la evolución de la realidad, que rectifica los errores de la politiquería, ha polarizado el proceso electoral y los partidos pequeños, que salvo excepciones son montones de ladrillos rotos, quedan marginados. A la ciudadanía solo le quedarían dos fórmulas para escoger: la legal y la ilegal, a no ser que el proceso sea distorsionado por las malas artes de algunos malabaristas.
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