Andrés Felipe Escovar
Breve mención y especulación en torno a la relación de Borges, Lange y Girondo
Edwin Williamson, autor de la biografía “Borges, una vida” señala que una de las razones por las que Jorge Luis Borges abandonó el ultraísmo, se debió al rechazo amoroso propinado por la poeta argentina de ascendencia noruega Norah Lange. En 1925, él había sido el prologuista del primer poemario de aquella hermosa mujer de pelo rojo, “La calle de la tarde”, y con suma devoción, acudía con regularidad a la casa de las Lange.
Sin embargo, toda su espera se vio derrumbada cuando apareció en la vida de Norah otro gran poeta argentino: Oliverio Girondo, de quien se enamoró y que al cabo de un tiempo se convirtió en su esposa, conformándose una de las parejas más ilustres de la literatura latinoamericana.
Girondo fue una suerte de rival con el que convivió Borges durante mucho tiempo; los dos habían compartido páginas en la célebre revista literaria de los años veinte “Martín Fierro”, en la que ya se trazaba los primeros propósitos por urdir un idioma de los argentinos, y más adelante escribieron para la revista “Sur”.
Hay diferencias entre los dos poetas y muchas más entre los dos hombres. Mientras que Borges era un tipo tímido y sobrio, Girondo gozaba del encanto de la espontaneidad y del humor basado en el absurdo. Esto logra vislumbrarse en los poemas de Oliverio, que no sólo vienen influenciados por los movimientos de vanguardia europeos, sino también por la teoría humorística de otro gran escritor argentino: Macedonio Fernández, a quien el mismo Borges colocó en el centro de la literatura de su país.
Si uno escucha una grabación de los poemas de Girondo recitados con su propia voz, podría entender por qué Lange optó por irse con él. Su tono en nada se parecía al timbre casi asmático de Borges, quien parecía estar a punto de desmoronarse constantemente. Cuando tuve la ocasión de escuchar en la voz de Girondo su poema Cansancio, un amigo me dijo que nunca había sentido a Borges tan pusilánime, tan pequeño. En el rostro de mi amigo se vislumbraba un rictus de revancha al saber que el urdidor de El Aleph era un hombre con imperfecciones que le asemejaban a nosotros.
Explicar el cambio o desarrollo en la obra de Borges a través de su revés sentimental implica desechar juegos que al mismo autor le seducían mucho más. Cuando contaba con diez años de edad, intentó las primeras traducciones de Wilde, y seguramente se topó con el conocido cuento El Ruiseñor y la rosa cuyo desenlace se da cuando un joven le entrega una portentosa rosa a la chica con la que quiere ir al baile y ella lo rechaza; el joven concluye que el amor es una tontería y parte a su habitación, abre un polvoriento libro y se pone a leer.
Quizá Borges había prefigurado su fracaso sentimental desde que acabó de leer ese relato y sólo basto completarlo con el nombre de Norah, erigiéndose su pretexto para que de una de una vez por todas se consolidara su biblioteca a veces imaginada y siempre infinita, de la que brotaron sus relatos y cavilaciones.
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