La espada en la palabra
Hace unos meses, escribí un artículo de prensa que titulaba Europa, al filo de la desintegración. En éste que ahora el lector tiene frente a sus ojos, rebato las ideas de aquél, o por lo menos me rectifico en lo que creo haber errado.
Se debe saber que las instituciones, las verdaderas instituciones, son siempre fuertes y no dejan espacios abiertos para el desorden. Es difícil socavarlas, porque están construidas sobre los cimientos de la coherencia ideológica y, sobre todo, práctica. Son como edificios firmes, que se mantienen fuertes porque sus cimientos son de piedra y concreto. De no ser así, pueden ser todo, menos verdaderas instituciones.
En el caso de los organismos internacionales y, en realidad, de cualquier entidad del campo de las relaciones internacionales, las cosas funcionan de igual manera. Es por eso que, en América, los organismos internacionales no son tan duraderos, y si lo son, no son verdaderamente efectivos en la práctica; y es que están construidos más sobre las bases efímeras de la afinidad ideológica que sobre las de la coherencia práctica, que mencionamos en el párrafo precedente. Son ensayos de supremacía ideológica y no cuerpos de cooperación que persiguen intereses materiales concretos para todos sus miembros.
En los últimos años, la solidez política de la Unión Europea (UE) se ha visto en una seria dificultad, observada con mucha incertidumbre y escepticismo desde el plano informativo y periodístico. Hace poco estuve en un diplomado de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid, en el cual un profesor dijo que si bien la UE es un ente de cooperación a nivel global, sus intereses de cooperación siempre estuvieron enfocados en las necesidades de sus países miembros, y que si bien la UE tiene ciertas características históricas e ideológicas que son compartidas por todos sus Estados miembros, nunca perdió de vista la pluralidad ni la descentralización (aspectos más bien relacionados con la praxis realista), que son las que impulsan la cooperación al desarrollo, una cooperación muy efectiva. Se entiende, por tanto, que, al ser la UE mucho más práctica por estar construida sobre necesidades materiales comunes de todos sus países, y no sobre la melancolía romántica de una ideología, se mantenga, si no sólida, sí al menos viva hasta nuestros días.
Es más; las incertidumbres ocasionadas por los populismos y los modernos ultranacionalismos (el Brexit puede ser un ejemplo concreto) no han podido marchitar, al menos no del todo, el espíritu de unidad que subsiste todavía en muchos de los países miembros de la UE. Es más, Gran Bretaña, por ejemplo, está desconcertada y maltrecha en muchos sentidos por su salida. El europeísmo aún es garante de una solidez que, esperemos, sea larga en el tiempo. «Contra los malos augurios, Europa sigue siendo capaz de avanzar, aunque sea muy poquito a poco. Demuestra que puede tomar decisiones y diseñar proyectos incluso cuando no está al borde del precipicio», es la frase que se lee en uno de los últimos editoriales del diario El País de España.
En los últimos días, los ministros de Economía de la Eurozona, han determinado medidas que se irán implementando gradualmente, y que ayudarán a los países vulnerables en los aspectos energético, comercial y financiero. Los tintes euroreticentes se están viendo menoscabados, a Dios gracias, debido a un renacimiento del espíritu paneuropeo, promovido últimamente por Dinamarca, Suecia y Finlandia.
Hace poco se celebró una cumbre en Malta, en la que se reafirmaron ciertos principios y objetivos de la UE, como el cuidado del medioambiente y la lucha contra el cambio climático y el apoyo a los países del África en lo relativo a la migración. Esto reforzó los lazos de unidad y reactivó la esperanza de los países que aún creen que la integración de la zona del euro es vital para el progreso material.
En América, en este sentido, las cosas marchan de forma distinta. América Latina aún lucha por resolver sus controversias internas en cada uno de sus países. Luego, deberá poner su mirada en el aspecto realista y práctico.
Morgenthau está más vivo que nunca.
El autor es licenciado en Ciencias Políticas.
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