II
En diez artículos de la primera parte de esta producción bibliográfica, Páginas de vida, Carlos Medinaceli se ocupa de descripciones de ambientes y paisajes, incluso registra un novedoso viaje en automóvil de Potosí a Tupiza en aquella época en que no era fácil surcar los difíciles y azarosos caminos de la patria. La concepción de tales trabajos literarios obedece a la era modernista -que como en todo llegó tardíamente a nuestro país- en el empleo de expresiones gramaticales, a cuyo movimiento renovador no pudo sustraerse la pluma del escritor.
Como un aporte a la crítica literaria trata la obra del español Mariano José de Larra y su tiempo, autor más conocido por el seudónimo de Fígaro, quien formula críticas al país en orden a la política, literatura, educación, comercio y demás actividades inclusivas de materia económica, al igual que lo hicieran posteriormente Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Ángel Ganivet, prematuramente fallecido, y los miembros de la Generación del 98. Por lo tanto, Larra fue un pionero y trazó el rumbo de varias generaciones, incluso la de Potosí de antaño. Sin ejemplos no se imita nada, ni bueno ni malo.
En lo concerniente a las letras nacionales Medinaceli escribe acerca de Celestino López y su ambiente, destacando la labor del poeta representativo de su pueblo. Tuvo que bregar en un medio de “achatamiento espiritual”, sin que las limitaciones del ambiente le hubiesen sido favorables.
Los indicados estudios, publicados el año 1922, marcan el despegue de los quehaceres del crítico y, a partir de entonces, no cesa en sus análisis en cuanto a literatura nacional y extranjera. En su artículo Patíbulo moral saca a relucir comentarios teñidos de ironía severa, provistos de sarcasmos y mofas en La mayor, mayor melancolía y desesperación que no lo abandonarán jamás de los jamases. A modo de ejemplo, en la página 93 amenaza al autor Ramiro Gobarced por lo escrito en Siluetas femeninas de enjuiciarlo como a “reo de lesa gramática y lógica”, debido a no cumplir las normas establecidas. Y a tiempo de cerrar su trabajo de estudio crítico sostiene: “Continuemos la necropsia. (Esto sí que va oliendo a cadáver)”. Y así muchas cosas más en este particular estilo que a veces alegra el espíritu y, otras, lo aplana.
Páginas de vida abarca hasta 1938, en una participación verdaderamente ponderable cumplida por Armando Alba, para recuperar los escritos publicados por Carlos durante su vida.
Párrafo aparte merecen las expresiones que vierte sobre la novela Aguafuertes de Roberto Leytón, que datan de 1928, calificándola que fue para él como un descubrimiento y un latigazo porque “quién más, quién menos, todos tenemos algo –o mucho-- de su infortunado héroe” Armando Costas. No siendo afecto a los elogios, en vía de excepción el crítico resume su criterio y le comunica: ¡Qué buena es su novela!
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