Estamos en pleno proceso pre-electoral con miras a las elecciones de octubre y se hacen necesarios, absolutamente imprescindibles, los debates públicos entre candidatos a la Presidencia de la República e igualmente entre los que aspiran a la Vicepresidencia; por supuesto, no hay forma de hacerlo con senadores y diputados plurinominales designados “a dedo” por el “jefe” de partido o agrupación que los propicia.
El hecho de que cada candidato intervenga en debates públicos es la mejor forma de darse a conocer, de mostrarse ante la ciudadanía que vote y la colectividad que está a la expectativa; de demostrar cuánto está preparado cada uno, qué proponer al país, cuánto cree que puede ser acogido plenamente por el votante. Es imprescindible que cada uno se presente con el bagaje debido de conocimientos, con una muestra de que sabe y conoce los diferentes problemas que aquejan al país y sea portador, además, de las posibles soluciones que podría aplicar en caso de llegar a la Presidencia.
La propaganda y la publicidad muestran lo que las técnicas en estas materias señalan; para la colectividad, mucho de lo que se dice y propaga no tiene visos de ser real y efectivo, no siempre es creíble porque “el papel y el micrófono lo aguantan todo” es el sentir casi general. Otra cosa, muy diferente, es que cada candidato exponga franca, honesta, digna y responsablemente lo que siente, piensa, cree y tiene formado en su corazón bien intencionado y pleno de honestidad y sentido de responsabilidad.
Atenerse a las encuestas no siempre realizadas en el universo debido y con la presencia del suficiente número de encuestados, no siempre muestra realidades; cada una está supeditada a las técnicas y tácticas profesionales de quien sabe lo que tiene que decir y ofrecer, de lo que las experiencias pasadas le enseñaron, de lo que se cree que, más o menos, cree el público que intervendrá en el proceso electoral. No son, pues, confiables los datos de una encuesta o una simple entrevista; “otro cantar” es mostrarse ante el público y adquirir, de todos modos, un compromiso, empeñar la palabra y ser justo y cabal en los conceptos, en las ofertas, en lo humanamente posible que sea de cumplir y lejos de demagogias y engaños que sólo acarrean decepciones, frustraciones y amarguras en el mismo actor y en la población.
En la antigüedad, antes de los medios de comunicación, los pregoneros se encargaban, en plazas y sitios previamente fijados, los mensajes y las promesas, las ofertas y creencias de quien quería que se sepa algo sea cierto o no, tenga visos de seriedad y verdad o, al contrario, sólo sea para calmar ánimos y evitar posibles reacciones cuando hay convulsión o problemas en el pueblo. Ahora, todo es diferente porque los medios de comunicación han crecido y modernizado tanto que bien se puede decir cualquier cosa creíble o no, pese a que la población también ha adquirido agudeza, ingenio e instinto para saber quién engaña y miente y quien se apega a la verdad y habla con honestidad, altura y decencia.
El debate entre contendientes siempre es bueno y constructivo porque da la oportunidad para que la población sopese cada palabra y tenga en cuenta para el momento en que se pregunte y pida cuentas de lo prometido, de lo ofertado y sometido a esa opinión pública que no siempre se puede considerar exigente y capaz de juzgar debidamente; pero, es una opinión pública que refleja el sentir de una comunidad, de un conjunto de personas imbuidas de esperanzas para el futuro que es el suyo.
Quien no quiera debatir será porque no se siente capaz, no está preparado o, finalmente, no sabe qué decir, ni cómo responder a cada pregunta, no sabe cómo enfrentar verbalmente al contrario; en otras palabras, es incapaz de tener la seguridad para enfrentar una situación en que no se puede ni debe engañar y menos soslayar algo que no convenga porque esa opinión de quien ve y oye televisión, escucha radio y lee diarios debe ser importante y necesaria para el candidato.
El debate no debe ser entre binomios, sino entre candidatos a la Presidencia y, por su parte, en forma separada, intervenir los que sean candidatos a la Vicepresidencia y muestre cada uno su sentir y pensamiento sobre las funciones que desempeñará y cuánto y qué puede hacer, cómo concibe las funciones legislativas y cómo podrá encarar la emergencia de ocupar, por viaje o enfermedad, las funciones del Primer Mandatario; en fin, cada uno debe responder firme, leal y honestamente, lo que debe decir y hacer.
En ambos casos, no cabrían las disculpas, ni los pretextos ni las delegaciones para que otro sea el que asuma una función que corresponde al candidato que, se entiende, es el responsable de lo que haga y diga, de lo que piensa y sienta, de lo que sabe y no, de lo que necesita aprender o no. El país requiere honestidad, honradez, eficiencia, eficacia y responsabilidad en cada candidato.
Quien o quienes no se sientan dignos de un debate, sería mejor que con la misma soltura renuncien a lo que no estarían capacitados para cumplir, para llevar a buen término y que sea, finalmente, un medio de encontrar credibilidad, confianza y hasta amistad de la colectividad con incidencia mayor en quien vaya a votar.
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