En varias notas anteriores en estas prestigiosas páginas del Decano de la Prensa Nacional, EL DIARIO, sostuvimos que uno de los males de nuestra política nacional y, en consecuencia, una de las razones para nuestra pobreza, ha sido y es el caudillismo (caciquismo) presidencialista, debido al culto al poder que practicamos, a la dificultad de hacer emprendimientos privados y a vivir a expensas del erario público.
En el programa radial “Diálogo en Panamericana”, el día sábado 8 del presente mes, uno de los invitados, el analista y politólogo Silva, en relación con la necesidad del debate entre los candidatos dijo: “el presidente no debe bajar de su pedestal… y en los trece años de gobierno ha adquirido mucha experiencia que no la tienen los otros candidatos”.
Este juicio del analista nos lleva a confirmar esa práctica del culto al que está en el poder, al que se lo endiosa y se lo pone en un “pedestal”, de tal manera que resulta un ser superior a los demás, a los que mira y gobierna desde las alturas y se pone por encima de las leyes, cuando de acuerdo con la doctrina democrática, el gobernante es un ciudadano más (el primer ciudadano), que tiene por misión servir a los habitantes del Estado, pero sometido, al igual que todos, a la ley.
El endiosamiento a los gobernantes ha dado lugar a las dictaduras, que en nuestra historia han sido casi la regla, y aunque hayan sido elegidos por el voto popular, una vez en el ejercicio del gobierno asumen que son propietarios del Estado y lo que desean debe cumplirse, no importa si ese deseo es ilegal y, en consecuencia, atenta contra la democracia.
Precisamente para evitar esa situación de poder absoluto, la constitución de los Estados dispone que debe haber alternancia en el ejercicio del gobierno, prohibiendo las reelecciones consecutivas, y en nuestra realidad esa situación fue ya consultada al pueblo el 21 F, con el resultado negativo a esa pretensión, la que fue desconocida por los gobernantes-candidatos ilegales.
Sostener que el presidente en trece años consecutivos de gobierno ha adquirido tal experiencia que le imposibilitaría debatir con otros candidatos, resulta un juicio errado, pues precisamente en un debate se podría comprobar esto, más aun cuando el presidente todos los días viaja a pronunciar discursos en las áreas rurales, como lo han hecho anteriores gobernantes populistas, como el ex presidente René Barrientos, que lo hacía en idioma nativo, dejando las labores cotidianas de gobierno en otras personas.
El presidente en su permanente campaña de casi catorce años, hace unos días dijo que en unos años nuestro país será una potencia mundial, seguramente basado en las posibilidades del litio, el gas y otras materias primas, las que las poseemos desde antes de la vida independiente como república (ahora solo Estado). Y antes, en el inicio de su larga gestión, sentenció que: “en diez años seremos la Suiza de América”, sin embargo, en casi catorce años de gobierno, seguimos siendo un país con altos niveles de pobreza.
Lo que debe saber el presidente candidato es que en este tiempo, denominado la “era del conocimiento”, ya no son los recursos naturales los que hacen próspera a una sociedad, sino el conocimiento científico y muchos países lo han demostrado, y como ejemplo tenemos al Japón, Corea del Sur, Irlanda, Islandia etc., que han dejado la pobreza con base al conocimiento científico de su población, la tecnología, la innovación y la competitividad.
La política económica del régimen populista en estos casi catorce años se ha basado en el extractivismo de los “comodities”, como el gas y minerales, que gracias a los altos precios hasta hace unos años, nos proporcionaron los ingresos más altos de la historia económica y política del país, pero la salud, educación, justicia de la mayoría de nuestra población, es altamente deficitaria y el desarrollo humano está entre los más bajos de nuestro continente.
Bueno sería que el presidente-candidato se baje de su pedestal y tome contacto con la realidad en la que vivimos la mayoría del pueblo, debata y no crea que somos la Suiza de América, pues la realidad es una y las buenas intenciones otra.
El autor es Abogado y Politólogo.
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