Algo más que palabras
“No desgarremos con nuestras propias uñas, nuestros oportunos latidos”.
Es tiempo de unir voluntades hacia esa cultura del abrazo, de la consideración hacia todo ser humano por minúsculo que nos parezca, de reflexionar conjuntamente sobre nuestras andanzas globales, de priorizar a la persona sobre la sociedad, la familia sobre otras instituciones, la ética sobre la política; máxime cuando algunas gobernanzas fomentan descaradamente la discriminación y la xenofobia. Merecemos otros horizontes más justos, más respetuosos con la vida de todos; y, en este sentido, es primordial contar con una actividad laboral decente en todo el planeta. Hay que hacer posible una participación equitativa entre los moradores en las riquezas a cuya creación contribuyeron, cada cual desde su misión, pues todos tenemos el derecho, así como el deber, de poder desarrollar plenamente el potencial humano. No desgarremos con nuestras propias uñas, nuestros oportunos latidos.
Naturalmente, hacen falta nuevas pasiones, creativos impulsos al compromiso social y gubernativo, ciudadanos libres y fuertes orientados a trabajar responsablemente por la humanidad, individuos con coraje dispuestos a servir más que a ostentar poder, gentes de palabra, con anhelo y esperanzados con la verdad, seres con valor que hagan de su historia de vida, un tiempo de entrega, que sin duda influirá positivamente tanto en el escenario moral privado de cada cual, como en el contexto público al que todos nos debemos, con miras a fermentar ese bien colectivo del que todos hablamos, pero apenas hacemos nada por ello.
En efecto, se requiere otras pasiones más auténticas, de menos arrogancia y más humildad, con otro espíritu más solidario, pues si es esencial trabajar unidos por el bien colectivo, también se precisa otra hospitalidad más fraterna, otro cobijo en el que nadie se encuentre avasallado, esclavo de los dominadores. En nuestra legendaria hemeroteca hemos tenido soñadores valientes, se me ocurre pensar en los fundadores de una Europa unida. Ahora el mundo ha de hermanarse. Por eso, hemos de propiciar otros vínculos, con otra política más poética, de sabia tolerancia y de ilustrado quehacer por lo armónico. Sin duda, tenemos que salir definitivamente de los callejones de la intransigencia y el odio. Al fin y al cabo, todos somos supervivientes de nuestras contrariedades.
Precisamente, este 2019 marca el décimo aniversario de un cambio de paradigma, en la manera de entender el flagelo de la violencia sexual relacionada con el conflicto y su impacto en la paz y la seguridad internacionales, así como en la respuesta que debe darse para prevenir tales delitos y los servicios multidimensionales que necesitan los sobrevivientes de este tipo de barbarie. A pesar de este canje de paradigma, hemos de reconocer que continúa siendo esencial garantizar la justicia para dichas personas y sus proles, al tiempo que ha de ponerse fin a la impunidad de los perpetradores de la crueldad sexual en absurdas luchas.
Quizás, hoy más que nunca, tengamos que echar una mirada retrospectiva sobre lo recorrido, y también será saludable que sepamos mirar, más y mejor, a nuestro alrededor; al menos, para ahuyentar las nuevas formas de injusticia y de esclavitud. No podemos seguir degradándonos como especie pensante. La actual deshumanización es un gran peligro. Que no nos paralice el miedo a la corrección. Hemos de hacer algo. A propósito, se demanda otras actitudes entre semejantes para activar otro porvenir, para que cada morador pueda dar su aportación específica al bien común, hallando al mismo tiempo un sostén beneficioso para desplegar lo mejor posible sus propias cualidades.
Sea como fuere, cualquier situación se puede superar, con dedicación y desvelo hacia lo que se hace y se quiere conseguir. Así, todos en mayor o en menor medida, tenemos la posibilidad de superar esta crisis, desbordada por corazones de piedra. Cuando en verdad despertemos y no neguemos al prójimo su humanidad, que es también de un modo u otro nuestra naturaleza, tomando otra actitud menos hipócrita, pues nuestra primera misión tal vez sea la de actuar libremente, la de pensar y hablar sin doblez, la de ser uno mismo, lejos del ropaje de lo políticamente correcto y de las modas ideológicas, entonces se producirá la auténtica confluencia de culturas.
Pero la situación es la que es, y lo cierto es que el desempleo es verídico, que la coacción está en cualquier esquina del mundo, que la corrupción campea a sus anchas por doquier, que la crisis de identidad es real, que el vaciamiento de los principios democráticos es innegable. Toda esta atmósfera, que entraña un grave peligro para la propia especie en su conjunto, lo que debe hacernos es activar la visión hacia otro camino, en el que todos contemos, con firmeza y espíritu conciliador. La receta de San Francisco de Asís puede contribuir a mejorar el ambiente, apliquémosla: “allí donde haya odio, que yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga el perdón; allí donde haya discordia, que yo ponga la unión; allí donde haya error, que yo ponga la verdad”. Esta fórmula, desde luego, me parece una saludable emoción para salir adelante. A mi juicio, es un sano fervor, que contribuye a acrecentar una nívea pasión, el sueño de una definitiva muda de aires hacia la concordia. Bienvenido sea el lenguaje del alma.
El autor es escritor.
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