Aunque de cualquier manera los errores se los paga, una disculpa pública, sincera e inteligible atenúan el costo político, pero principalmente el precio del honor degradado. Cuando hablamos de un costo político, lo hacemos porque quien ejerce funciones de servidor del Estado en jerarquías tan altas como la de primera autoridad de un departamento, mucho más si lo hace como soldado del “proceso de cambio”, debe demostrar un mínimo de decoro, cuando menos, en sus apariciones públicas, porque la conducta y prácticas de los hombres y mujeres públicos y de los que no gozan de fuero alguno, respecto a su sexualidad, siempre que sea consentida y en privado, no debe y no puede ser intervenida por la opinión general.
Pero en un gobierno que se llena la boca por haber -dice- revolucionado el comportamiento; con mujeres ministras y parlamentarias que -enhorabuena- condenan las conductas misóginas, machistas y patriarcales de varones abusivos, tampoco ya es extraño que cuando se trata de que quienes cometen tan viles abusos son militantes del MAS, la condena de aquéllas es indisimuladamente indulgente; y en ocasiones, algunas militantes del proceso de cambio han justificado la lascivia de sus camaradas, solo por intereses políticos. No se ha registrado ningún pronunciamiento enérgico y mucho menos sancionatorio respecto a la conducta lujuriosa, amparada en su poder, del gobernador de Chuquisaca, Esteban Urquizu, envuelto, últimamente, en un claro exceso de violencia contra una mujer, a quien le hizo manoseos impúdicos, en medio de una reunión social.
Recuerdo que hace cinco años, precisamente en un periodo pre eleccionario, el candidato a diputado Jaime Navarro por Unidad Nacional (y por el que no tengo motivo alguno de simpatía) fue prácticamente crucificado por varias mujeres del ya gobernante Movimiento al Socialismo, por un asunto de maltrato físico contra su pareja y que, de todos modos, jamás fue comprobado. Era parte del canibalismo político que nos caracteriza. Si ese desafortunado escándalo fue finalmente cierto, no podríamos menos que condenar y justificar -como efectivamente ocurrió- la renuncia a su entonces aspiración parlamentaria.
Claro que en el caso de Urquizu, las cosas son aún mucho más graves, porque a su impostura se suma, acorralado por las evidencias, su escasa probidad intelectual o su carencia de vergüenza, o ambas, al haber hecho una declaración imitada a los discursos de un célebre comediante mexicano, con la única diferencia de que éste tenía sentimientos que derretían los corazones de sus oyentes. Dicen algunos órganos de prensa, que el ilegítimo Gobernador, declarado ganador de unos comicios enlodados por la parcialización del entonces Tribunal Electoral Departamental, con complicidad del Tribunal Supremo Electoral, pidió disculpas por el hecho (¿?), Lo cierto es que la sarta de incoherencias que se le escuchó al confrontar a la prensa, superó con creces a las que el desaparecido actor que encarnando a su único personaje, dejaba aturdidos a sus interlocutores, y más bien pareció el último y más paradigmático sobreviviente de Babel; pues si lo que dijo fue una disculpa por sus groserías, entonces hay que pensar seriamente en que el resto de la opinión pública sufre de una gravísima crisis de comprensión, o que la lengua de Cervantes ha tenido estructurales transformaciones en las últimas semanas a las que debemos, con urgencia, adecuarnos.
La gestión del zafio Urquizu en la Gobernación es, por sí misma, deficiente, el abuso de su investidura para humillar a una mujer en público es aún peor, pero sus dificultades para hilvanar ideas son trágicas. Solo en Bolivia puede suceder que se ejerza autoridad del rango que ostenta Esteban Urquizu, sin una renuncia inmediata luego de un episodio por el que la sociedad espera una explicación inteligente.
El autor es jurista y escritor.
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