Al anunciar el gobierno la realización de elecciones generales, de inmediato la opinión pública se dividió en dos polos: el uno por la fórmula prorroguista que busca eternizarse en el poder y el otro, contrario a ese continuismo y que se expresó objetivamente en el referéndum del 21 de febrero de 2016.
Por un lado, el oficialismo mostró estar unido, mientras la oposición se fragmentó hasta en ocho partidos y varias plataformas que al principio buscaban la unidad general. Pero esa iniciativa fracasó y, finalmente, cada fuerza decidió marchar por su lado, echando por la borda el proyecto inicial de la unidad, reclamado y propuesto por la mayoría ciudadana.
En esa forma, el tablero electoral se fue organizando en una nueva forma hasta que el oficialismo confirmó que no da brazo a torcer, mientras, por otro lado, los partidos residuales no funcionan ni para atrás ni para adelante, lo que origina que sus militantes, carentes de cabeza visible, van a unirse en torno a la fórmula constitucional y, así, sin querer queriendo (como diría un personaje de serie cómica) ha surgido una unidad en torno a una sola fuerza, mostrando, además, que los minipartidos agonizantes tendrán tan ínfimo número de votos que hasta perderán su personería jurídica.
Esa nueva ordenación de las corrientes partidarias está determinando un diferente resultado de la votación. Las ilusiones de victoria total del oficialismo se desvanecen y las de la oposición crecen. En síntesis, la fórmula unificadora inicial se ha impuesto no por deseo de alguien, sino por efecto de la relación de fuerzas de la realidad política nacional que es independiente de la voluntad de los partidos y caudillos.
Ese panorama permite recordar que es cierto que los seres humanos hacen su propia historia. Pero es necesario decir que no la hacen a su gusto y capricho o de acuerdo con su propia voluntad, o sea en condiciones creadas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias que ya existen y son la causa que origina las ideas políticas, las tácticas a seguir y los objetivos a los que hay que llegar.
Ahora bien, esa presión social es la que pesa sobre los seguidores de los partidos residuales y, por tanto, estos votantes migran a su posición inicial, es decir, apoyar a una sola candidatura opositora y, por tanto, unificarse en torno a emitir su voto a favor de la fórmula contraria al prorroguismo, necesidad que plantea la nueva relación de fuerzas políticas.
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