No sé si al resto de los bolivianos les sucede lo que a mí, pero debo confesar que estoy en una nebulosa pre electoral como no me había sucedido jamás. Esto ya me está produciendo un peso de conciencia. Sé por quién no voy a votar, por supuesto. Para ninguno de mis tolerantes lectores no es ningún secreto que deploro la fórmula “quedadiza” y tramposa de los que no quieren soltar el poder ni aunque les quemen el hocico, como a los perros que comen desechos. Pero no sé por cuál de los candidatos opositores voy a votar el 20 de octubre, porque mi voto no va a ir a la basura; irá al personaje que esté más cerca de destronar a S.E., aquél que lo envíe al Chapare a vender picantes, como él mismo ha dicho.
Justo ahora, cuando para la ciudadanía es tan importante saber cómo van las campañas de la oposición, resulta que está prohibido publicar encuestas. Es decir que estamos yendo a unos comicios a ciegas, especulando, hasta que falten tres meses o menos para ir a votar. Me dicen que la ley prohíbe la publicación de encuestas hasta fines de julio, lo que significa que hasta entonces no sabremos si Carlos Mesa se ha mantenido en torno al 30%, ha subido o ha bajado. Y tampoco sabremos si Oscar Ortiz ya se ha disparado hasta sobrepasar el 20% o más, que lo pondría en la mira para que se lleve mi humilde sufragio y seguramente el de cientos de miles de personas.
Pueden decir los masistas que nuestra actitud no es la de una persona racional, que piensa para elegir. Pueden elucubrar que nuestra conducta es ciega, sin verificar programas de gobierno, sin medir si el MAS tendrá mejores planes para Bolivia que los opositores. Y tienen toda la razón. En estas elecciones, no me importan los programas de gobierno. A mis largos años no me van a engañar con chaquiras. Lo único que nos importa es que se salve esta democracia aunque sea mala, y que S.E. y su grupito se vayan del poder porque ya es excesivo su abuso al haberse coludido, ladinamente, con el Tribunal Constitucional y con el Tribunal Supremo Electoral para burlarnos a todos.
Hay que entender que S.E. tiene que irse del mando ahora, porque, de lo contrario, lo van a seguir viendo hasta en la sopa durante los próximos 20 años (para entonces estaré hecho polvo bajo tierra, por cierto). Sufrirán nuestros hijos y nietos oyéndole su cantaleta de la Bolivia pachamamista; de que entre el 2005 y el 2040 las cosas han mejorado en el país y de que tenemos una economía “blindada”; de que seremos el centro energético del continente; de Mutún, Puerto Busch, Ilo, asuntos añejos con que nos emborracha la perdiz; que empatamos en La Haya; que Maduro fue más grande que Bolívar; y no sabemos qué estarán urdiendo sus cráneos si los chilenos nos vuelven a revolcar con el Silala, porque algo van a decir para tratar de empatar otra vez.
Bolivia no se merece (¿o se merece?) estar gobernada por S.E. durante 14 años. No podemos seguir con un mandatario etéreo, nuestro Batman, que no lee, no se informa, no medita, y busca pelea con el Guasón, con Pingüino, con Espantapájaros, y contra todo lo que su instinto le aconseja. Así, y con la colección de millonarios “elefantes blancos” que ha creado, no se puede ni pensar en aceptarlo por más tiempo.
Y volvemos al principio. ¿Qué hacemos si hasta finales de julio no tendremos encuestas que nos orienten un poquito? Las encuestas se equivocan, pero indudablemente es lo único que se tiene a mano para aproximarse a la opinión de los ciudadanos. ¿Vamos a votar por Mesa? ¿Vamos a votar por Ortiz? ¿Por otro de los que estaba en el fondo y haya dado un salto? Bueno, no lo sabemos. De lo único que estamos seguros es que cuando haya un claro ganador en la oposición, el resto tiene que apartarse, porque de lo contrario la borrachera masista durará semanas. Que nosotros lloremos sobre la leche derramada no servirá de nada.
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