I
Antonio Pulido
Nadie debería menospreciar la aportación de nuestras universidades al desarrollo de la sociedad, en su sentido más amplio. Durante diez siglos (incluso más si se amplía el enfoque), la cultura, la educación superior y la evolución científica ha germinado en su seno. Pero tampoco nadie debería desconocer que su propia supervivencia ha exigido un cambio constante de estructuras y organización, superando el posible ensimismamiento de mirarse en el espejo de su éxito pasado.
Los procesos individualistas de las civilizaciones emergentes europeas de Grecia y Roma o las de China, India, Japón, Islam... dan paso, tras muchos siglos, a las primeras universidades, ya como instituciones que cuentan con procesos organizados de enseñanza superior, habitualmente alrededor de una educación religiosa/espiritual.
Al parecer, fueron universidades de la India (como Nalanda, Takshashila, Ujjain o Viramshila) o Japón (Heian-Kyo) quienes tomaron la delantera ya durante el Siglo IX…
Las principales universidades europeas se establecen a finales del Siglo XI. Se considera a la de Bolonia como la más antigua (1088), seguida por Oxford (1096) y París (1175). En España, los inicios se sitúan en las universidades de Palencia (1212) y Salamanca (1218).
Sin embargo, estas primeras universidades medievales (las 1.0 en una escala artificial de versiones) responden, realmente, a las necesidades de un gremio de maestros y aprendices para formar a los no iniciados en los principios del saber de la época (principalmente derecho, teología y filosofía) a efectos de ejercer su futuro ejercicio como maestros. Con el paso del tiempo su objetivo se amplia para atender a seguidores de la carrera eclesiástica o de la incipiente burocracia real.
Según algunas interpretaciones, la Universidad 2.0 podría haberse ido gestando a partir de mediados del Siglo XV con la invención de la imprenta que convierte, progresivamente, a los libros en la fuente de transmisión masiva del conocimiento. Durante más o menos cuatro siglos las universidades abren sus puertas a una educación superior formal, masiva aunque elitista, ampliada a campos del saber cada vez más diversos.
La Universidad más moderna (la 3.0) daría sus primeros pasos en Europa a principios del XIX, como herencia, más o menos directa, de los principio establecidos por Wilhem von Humboldt. Los rasgos básicos de esta universidad “humboldtiana” podrían resumirse en los cuatro siguientes:
- Constituir una comunidad autogobernada, con autonomía institucional y libertad individual
- Combinar la función docente con la investigadora, principalmente a nivel aplicado y buscando su difusión social
- Contar con el apoyo de la financiación pública, pero complementado por la aportación empresarial en investigación
- Responder a la necesidad de transmitir valores propios de la entidad nacional y cultural
Durante dos siglos se produce un proceso de democratización de la enseñanza superior y atención simultánea a la I+D, en un entorno tecnológico que va caminando, progresivamente, hacia una era digital. El momento presente puede interpretarse como una nueva fase de esa universidad moderna o como un cambio tan disruptivo como para exigir una universidad radicalmente nueva (4.0) en organización, tecnología y estrategia educativa-investigadora, como para responder a las exigencias de una sociedad profundamente evolucionada.
A escala global podemos ya visualizar universidades con “parches” más o menos extensos de futuro, que tratan, por diversos caminos, de actualizar sus estructuras y métodos de trabajo, principalmente “digitalizando” su gestión. Pero, en mi opinión, lo que debemos exigirnos es mucho más que actualizar unos centros de enseñanza e investigación superior, en una nueva sociedad digital del conocimiento.
El auténtico reto no es tratar de mejorar nuestra imagen con retoques estéticos y algunas mejoras ya imprescindibles, sino atravesar el espejo en que nos miramos, para construir una nueva universidad del futuro.
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