El futuro gobierno debería comprometerse a respetar la vida, los ideales y la libre expresión, en una actitud que honre los derechos humanos, minimizados, en dictadura y democracia. Sería como una señal de avance hacia las metas del entendimiento civilizado. Y quizá a modo de humanizar el quehacer político.
El pueblo boliviano ha luchado, permanente e incansablemente, exigiendo respeto a los derechos humanos, antes y después de 1982, el año que marca la restitución del sistema democrático. En esas acciones, heroicas y memorables, ha sufrido bajas, inclusive. Lo importante es que puso su pecho, a fin de evitar excesos y arbitrariedades.
La violación a los derechos humanos ha sido uno de los temas que determinó la caída de las dictaduras en la década de los ochenta del siglo pasado. Ellas se habían propuesto gobernar sobre cadáveres y ríos de sangre. Pero ante el rechazo popular, tuvieron que retroceder y renunciar, asimismo, a sus prerrogativas.
Los actores políticos tienen, en su mayoría, frágil la memoria. Olvidan rápidamente, quizá, muchas veces, a propósito, sus palabras, sus afirmaciones y discursos, respecto a la defensa de los derechos humanos. Por la mañana sostienen una cosa, por la tarde otra. Cambian de criterio, en consonancia con sus intereses. Carecen de credibilidad, indudablemente.
Una verdadera democracia se construirá sobre las sólidas bases del respeto a los derechos humanos. Es decir cuidando la vida, cultivando la paz y practicando el entendimiento. Pero jamás sobre las bases del horror, de la vergüenza y la violación de los más elementales derechos del hombre.
“La defensa de los derechos humanos no es una cuestión opcional de los gobiernos democráticos, sino una obligación. Yo no aspiro a que el país me reconozca como una persona de especial sensibilidad porque ofrezca, como lo he venido ofreciendo en el plano de lo nacional y de lo internacional, que Colombia no solo defiende teóricamente sino que practica los derechos humanos y se constituye en abanderada de ellos”, señaló, hace aproximadamente 40 años, el presidente de Colombia, Julio César Turbay Ayala (1).
La democracia y los derechos humanos se complementan en el propósito de encarrilar el proceso político que dignifique al ser humano. Que sane las lesiones de carácter psicológico y físico de todas aquellas personas que resultaron víctimas del autoritarismo. Que honre a hombres y mujeres, a mayores y jóvenes, que lucharon, a brazo partido, por la restitución de las libertades, pisoteadas por regímenes dictatoriales.
La defensa de los derechos humanos debería ser una constante en todos los tiempos y gobiernos. Al margen, por supuesto, de credos religiosos, de diferencias ideológicas o colores políticos.
Defender los derechos humanos, es lo mismo que defender la democracia. Es lo mismo que defender la vida y la libertad, amenazadas, hoy como ayer, por fuerzas oscuras y tenebrosas.
En suma: que los futuros gobernantes se comprometan a resguardar los derechos humanos.
(1).- Ricardo Rojas Parra e Iván Duque Escobar: “En la presidencia – Julio César Turbay Ayala”. Solo impresores Ltda., Bogotá – Colombia, agosto de 1988. Pág. 234.
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