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Michelle Bachelet estuvo tres días en Caracas hace dos semanas, en una visita rodeada de interés, pero lejos de colmar las expectativas ante un régimen que le ha dado la espalda a las normas civilizadas aplicadas por la humanidad a partir de la Segunda Guerra Mundial. En estos últimos días, las vidas de los ciudadanos independientes de Venezuela se han vuelto un vía crucis que ya nadie puede ni debe ignorar.
Ha estremecido la muerte del Cap. de Corbeta Rafael Acosta Arévalo tras haber sido llevado a declarar en silla de ruedas. No podía ponerse de pie a causa de las torturas; tenía la mirada perdida y apenas fue capaz de balbucearle a su abogado un pedido de auxilio mientras lo presentaban para una audiencia cautelar. El juez ordenó que, en vez de declarar, lo llevaran a un hospital, donde horas después murió. Ahora llueven los reclamos para que la ex presidente chilena investigue lo ocurrido.
La visita de la ex presidente, ahora alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, había derivado en un mensaje crítico al régimen dictatorial venezolano, cuando se disponía a abordar su vuelo de retorno. Sin que al régimen le doliera un poro (Maduro declaró que la visita le había parecido buena), Bachelet dijo que las condiciones humanitarias del país que la había recibido se habían deteriorado “de forma extraordinaria”.
La frase que fue dicha no como verificación propia sino transmitida por interlocutores de la oposición, no llamó la atención de nadie, pues lejos estaba de describir el sufrimiento de la sociedad venezolana, durante mucho tiempo pivote democrático y defensora de los derechos democráticos. Además, el efecto crítico de la frase fue atenuado con la sugerencia de que el empeoramiento era en parte causado por las sanciones impuestas al régimen por la administración Trump, que a principios de año alcanzaron a la ya escuálida industria petrolera venezolana.
La muerte atroz del Cap. de Corbeta Acosta Arévalo ha venido a sacudir muchas conciencias en el mundo y la ex mandataria no podrá ignorarlas.
Las virtudes de Venezuela como adalid de la democracia desaparecieron bajo la tormenta que trajo la instauración del Socialismo del Siglo XXI, corriente a la que se asocian el presidente Evo Morales y su partido, al lado de Nicaragua y un puñado de islas del Caribe. (Está por verse si esta asociación dará alguna factura política en Bolivia, ahora que empieza a tomar impulso la campaña por la elección presidencial de octubre.)
En otras latitudes, la crítica que ganó más repercusión a la ex mandataria chilena fue la del líder socialista democrático español Felipe González, quien le reclamó por no ser mucho más clara y exigente en la defensa de los derechos humanos en el país cuyo régimen ha ocasionado, hasta ahora, el éxodo de siquiera cuatro millones de venezolanos, el mayor de la historia de la región. Otros líderes tuvieron críticas más duras para la ex gobernante, por convalidar a un gobierno considerado como “usurpador” por más de cincuenta naciones, que reconocen como presidente al legislador Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional.
La muerte del militar ha sido un hecho tan brutal que la funcionaria no podrá ignorarlo, así como tampoco las condiciones bajo las que ocurrió, ni al régimen patrocinante de las atrocidades de las que el Cap. Acosta Arévalo ha sido una entre innumerables víctimas.
Este nuevo crimen brutal ha aumentado la expectativa por saber lo que dirá en su informe escrito sobre su visita a Venezuela la ex presidente ante la reunión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, el 5 de julio. El informe coincidirá con la fecha cívica nacional de Venezuela.
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