En octubre próximo, al cumplirse 37 años de vida democrática contínua, ha sido casi imposible que diferencias, antagonismos, complejos, suspicacias, rivalidades, contradicciones y hasta posiciones de soberbia y petulancia demostrada por muchos sectores políticos, económicos, sociales y de toda laya se hayan abandonado y se superen condiciones de vida que no deberían corresponder a un país civilizado y se han incrementado muchas veces en forma acelerada.
Mucho se ha dicho sobre la necesidad de unidad y concordia entre todos; pero más han podido la soberbia y los intereses sectarios que la honestidad y decencia que debían primar para alcanzar situaciones que efectivamente sean de concordia, encuentro y unidad. En política partidista especialmente, cada grupo o facción ha creído tener la razón en todo cuando en realidad no la tenían en nada; se ha creído que los autonombrados “partidos grandes” deberían predominar en el manejo del país, pero con sus hechos han mostrado que siendo “grandes en propaganda”, en la realidad han demostrado ser lo más chicos e insignificantes porque han actuado sólo en pro de intereses y conveniencias creados y han supeditado los intereses partidarios a los del país. Los “grandes”, pues, se han hecho muy pequeños aunque siempre se creyeron superiores estando en estratos muy inferiores a los normalmente habidos. ¿Los resultados? Mayor pobreza y atraso, mayor dependencia y subdesarrollo, mayores rivalidades y divergencias que concordias y armonías.
En octubre de 1982, retomada la democracia, hubo consenso general en el pueblo de que el sentimiento de que finalmente habrían concluído los tiempos de golpes, cuartelazos y otras formas de “hacerse del poder” para imponer caprichos e ideologías “revolucionarias y de cambio” porque “en democracia no fue posible”; tremendo engaño porque el pretexto de haber retornado al mejor sistema de vida y gobierno de los pueblos fue aprovechado por “revolucionarios”, cambios e imposición de ideas “reivindicatorias de 500 años de coloniaje” que tampoco hicieron nada ni avanzaron en provecho general sino que mejoraron sistemas, condiciones y formas de servirse del país y nunca servirlo debidamente, métodos y sistemas para mayor corrupción, ineptitud, demagogia, populismo y convicción de que “el partido es lo mejor y nada ni nadie podrá contraponerse a él”. En síntesis, no se hizo nada o, lo poco que se logró concretar fue, simplemente, por la ley de gravedad que “todo es posible cuando cae desde lo alto”; en otras palabras, hacer algo de lo mucho que ya tiene hecho el país; lo demás, ser aprovechado por el partido y por quienes “amarran bien los zapatos” y se acomodan a todo porque se benefician grande y festinatoriamente.
Rememorar lo ocurrido ya no traerá nada; entonces, lo que corresponde es preguntar a los partidos políticos - “grandes y chicos”- ¿Qué se cree o piensa que se debe hacer en discordias permanentes? ¿Cuánto se podría desviar de intereses y conveniencias personales hacia lo que conviene y compete al país? ¿Hay convencimiento de que deben terminar los tiempos festinatorios de la corrupción, la ineficiencia, la demagogia, la improvisación, la dejadez, el festín de disponer de todo lo que pertenece al pueblo? ¿Hay convicción para institucionalizar nuevamente al país? ¿Existe el firme propósito de cambiar conductas, actitudes y hasta sentimientos en pro del bien común y dejar de lado los intereses del partido que es lo que menos importa? ¿Habría la convicción de que es mejor la concordia que la discordia? ¿Será posible entender que los bienes nacionales son del pueblo y no pertenecen a ningun partido o persona o grupos interesados en disponer arbitrariamente de todo como si fueran recursos propios?
A esta altura de los acontecimientos que acercan a las elecciones de octubre, el país está convencido de la necesidad de que las corrientes político-partidistas que ambicionan seguir en el poder y las que buscan alcanzarlo, entiendan que es necesario sentir y acordar, convenir y dialogar, aunar esfuerzos e intenciones con miras a encontrar un tiempo de concordia que reemplace a las discordias en que han inmerso a la colectividad que, por culpa y razón de las confrontaciones y diferencias, no sabe a qué atenerse, a quién creer y ni en quien confiar porque todo tiene ojos y cara de interés creado o conveniencias que no son del país que cuenta con un pueblo siempre ingenuo, de buena fe y que confía -pese a las decepciones y desesperanzas- en que efectivamente se actúe conforme a las urgencias.
Abandonar los caprichos, la soberbia y la petulancia tiene que ser el verbo común para cada una de las partes que intervenga en el proceso pre-electoral y mucho más en el mismo acontecimiento de octubre; de todo ello dependerá que surja un gobierno efectivamente apegado a la moral y las virtudes ciudadanas, un gobierno que sea capaz, honesto, honrado y responsable que tenga como mira a Bolivia y obre en concordancia con los principios fundamentales de la democracia traducidos en ejercicio de la libertad, la justicia, el respeto, la consideración y la vocación de servicio porque seguir en la misma noria sólo acarreará mayores males, acrecentará la pobreza y postergará el desarrollo hasta tiempos en que efectivamente haya conciencia de país y vocación de servicio basados en amor, renunciamientos, honradez y responsabilidad.
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