Mentir sobre que Bolivia tiene gas y ofrecerlo sin tenerlo es condenable y es “escupir al cielo”, porque las consecuencias caerán en la cara de los que mienten por abyecciones políticas que tienen que ver con las elecciones generales del 20 de octubre que, por donde se vea, son anticonstitucionales y éticamente cuestionables, porque van contra los intereses de Bolivia. La falacia ansía favorecer a los que disfrutan del poder desde 2005 y no quieren relevar la posta, cuando lo menos tonto sería pasarla. Figurar en la historia sin macular más lo acontecido sería lo aconsejable, porque el futuro tendrá millones de ciudadanos bolivianos y otros, muchos otros, que estudiarán lo que se ha hecho y deshecho en el país que, entre otras cosas, se ha visto frustrado con el esperpéntico trajín dizque marítimo de La Haya y su secuela.
La Bolivia actual incluso va contra el rancio materialismo histórico, ya que, según el teórico G. Plejánov, intérprete de Federico Engels, que ha estudiado a fondo las relaciones de producción que deberían formar la estructura económica, jurídica y política, en este caso de la Bolivia izquierdista a empujones, esas relaciones decía, están perjudicialmente distorsionadas y, por lo tanto, no aportan a la conciencia social y menos a la actitud vital de los bolivianos. La política ha sido priorizada en detrimento de lo jurídico (cúmulo de poderes que echan por la borda la Constitución y lo expresado en 21F, la corrupción estructural, et. al.); y lo económico (fábricas e industrias estatales fracasadas, incluyendo la debacle del gas, una moneda boliviana sobre valorada, por lo menos en un 10%, un contrabando pernicioso y persistente, y un sector privado abrumado y hasta anonadado económicamente con el doble aguinaldo y altos impuestos destinados a coartarlo).
La empresa privada en Bolivia se ve cada vez más afectada, sin que nadie más ofrezca empleo sostenible ni menos aporte al PIB boliviano. A lo que hay que añadir la prioridad del Chapare y sus cocales en detrimento de los de Yungas que producen la mejor coca del país, sobre todo para el acullico y el mate, et. al. Por otro lado, el total de las exportaciones de Bolivia, de enero a abril de 2011, fueron de US$2.547 millones; en 2019 fueron de US$2.589 millones. ¿Qué hemos ganado? Una pizca. Ahora, por la exportación de gas en los años de buenos precios se logró montos económicos que fueron utilizados en varias cosas, pero menos en ampliar y mejorar, por ejemplo, las escuelas normales, de modo que tuviésemos cientos de más escuelas primarias y secundarias en todo el país, despoblado comparado con otros de Suramérica. En Bolivia no hay universidad que ofrezca una licenciatura en historia de Bolivia o en literatura boliviana, lo que es perjudicial, pues es necesario saber quiénes somos, de modo que sepamos mejor a dónde dirigirnos.
Mucho más justo hubiera sido que la autoridad boliviana imitase al estado de Alaska, EEUU, en cuanto a repartir los ingresos del petróleo entre la población. Desde 1982, cada hombre, mujer y niño habitante de ese Estado recibió un dividendo anual por parte del Fondo Permanente de Alaska, una organización estatal financiada con fondos recabados de la exportación de petróleo. Los montos repartidos individualmente a los habitantes fluctuaban de acuerdo con el precio internacional del hidrocarburo, pero el promedio era de $1.000 por cabeza. El monto menor fue de $800 a $900, y alcanzó la suma de $2.072 por persona en 2015. Bolivia sería distinta si tal equidad se hubiera practicado. “Pedir peras al olmo” es un dicho castizo muy antiguo.
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