La estrella argentina apareció en el partido frente a Brasil, pero no bastó para llevar a la Albiceleste a la final de Copa América. Una vez más se queda con las manos vacías.
Pese a recibir los elogios de sus rivales y ser aclamado por la afición brasileña, Leo Messi concluyó un nuevo torneo con sensación de fracaso, como una nueva ocasión perdida de conquistar un título con la selección argentina que se le resiste y lleva camino de convertirse en una obsesión.
Argentina transmite la sensación de tener al mejor en el peor momento y, en ese proceso, ha terminado por contagiarse de la ansiedad de su capitán. Necesita de forma urgente un título y, por eso, entiende cada revés como una oportunidad para empezar de cero.
Desde que “la Pulga” debutase con la absoluta, el 17 de agosto de 2005, Messi ha conocido a nueve seleccionadores (José Pekerman, Alfio Basile, Diego Maradona, Sergio Batista, Aljandro Sabella, Gerardo Martino, Edgardo Bauzá, Jorge Sampaoli y Lionel Scaloni), casi el doble que en el Barcelona.
Los ha tenido de todo tipo. Con trayectoria en las categorías inferiores, interinos confirmados en el cargo, mitos vivientes, reputados entrenadores en la Liga local o con éxito en otras selecciones y el fútbol del exterior. Ninguno dio con la tecla para armar un conjunto ganador.
Y eso que, hasta el Mundial de Brasil, Messi siguió la evolución destinada a encumbrarle también en Argentina. Conquistó el Mundial sub’20, los Juegos Olímpicos con el equipo sub’23 y llegó a la final de la Copa del Mundo en su madurez (27 años). Una trayectoria impecable que, sin embargo, quedó marcada en el Maracaná -pese a ser elegido el mejor jugador del Mundial- amplificada la sensación de derrota por perder las dos siguientes Copas América (2015 y 16) en la tanda de penaltis.
Argentina sumaba veinticuatro años sin alcanzar la final de una Copa del Mundo y desde 1993 no levanta una Copa América, pero como, mientras, Messi ha ido acumulando éxitos con el Barcelona, una parte de la crítica y la afición albiceleste comenzó a dudar de él; que si no es tan bueno, que si no siente los colores, que no canta el himno, que por qué lo canta ahora...
Es curioso cómo, mientras recibe críticas en su país, en Brasil ha sido elogiado por rivales (Tite le llamó extraterrestre y Thiago Slva el mejor de la historia) y hasta por la propia afición canarinha, que le espera a la puerta de los hoteles y aplaude cuando se anuncia su nombre por la megafonía de los estadios.
Quizá por eso, el capitán albiceleste se ha pensado hasta en dos ocasiones abandonar la selección; tras la Copa América de Chile 2015 -de forma explícita- y, con un inquietante silencio de seis meses, después del Mundial ruso. A Brasil llegó rodeado de un plantel totalmente remozado -14 de los 23 jugadores nunca habían jugado un gran torneo- y un técnico, Lionel Scaloni, apenas 9 años mayor que él, que necesitaba de igual forma el triunfo para ser confirmado en el cargo.
Y, en uno de los mejores partidos del torneo, ante Chile, terminó a los pechazos con Medel, expulsado.
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