Hago un paréntesis en la línea temática de esta columna predominantemente política, social e histórica, porque desde muy joven y únicamente limitado por las precariedades comunicacionales de la época, ya escuché de aquél prodigio de la música.
En la década de los sesenta, parecía que “The Jackson Five” era el destino artístico de uno de los fenómenos musicales más influyentes del Siglo XX y principios de éste. Pero su sino le tenía deparado otros caminos; en lo humano, de piedras y de baches, que le hicieron tropezar y caer cuando no supo imprimir prudencia a sus pasos. Pero es casi característico de las celebridades de ese mundillo, el subsumirse en las contrariedades que el ruido de los escenarios y la soledad de las bambalinas, les provoca. Así que no habiendo nada de sobresaliente en esa faceta de Michael Jackson; cuando menos nada digno de resaltar, su notoriedad, más que laudatoria, tiene que ver con la exaltación de un gigante que trascendió no sólo al arte, a la vida, sino que, como sólo los grandes aspiran, también se prolongó después de su muerte.
Parecería que esa visión es desmesurada, sobre todo por el género musical que el artista cultivó, cuando en la historia contemporánea escribieron páginas gloriosas, portentos como Bing Crosby, Frank Sinatra, Elvis Presley o Freddie Mercury, por citar sólo a algunos. Y es cierto, aquéllos brillaron en el firmamento de la música formal y del rock, correspondientemente. Pero hablando de los últimos cien años, el mítico indianés, sin duda, ha revolucionado los estándares de la música popular, simplemente porque al genio que de vientre traía, había que sólo pulirlo; y así fue, porque su excepcional capacidad vocal fue impecablemente complementada por la extraordinaria elasticidad de un cuerpo que estaba diseñado para ser perfecto. Algo más, Jackson, era eximio compositor. Así que un talento de esa naturaleza debía ir acompañado de innovaciones que hasta entonces para los más visionarios productores del espectáculo eran inimaginables. Sus excentricidades fueron complemento ideal para los magos de la producción visual.
Desde “Off the Wall”, en 1979, su primera producción discográfica y preludio de sus dotes excepcionales de componedor, creo yo, hubo una suerte de maduración necesaria, porque en 1982, “Thriller” por el que ninguna decantación es excesiva, pone límite entre una época de cantantes descollantes que le ponen pura pasión a tiempo de complementar con lenguajes corporales sus mejores interpretaciones, y la nueva celebridad. El video musical de Michael Jackson que dura casi quince minutos, estableció que había que dejar enterrados los convencionalismos y dar paso a recursos técnicos que para la época, aún parecían estar rezagados respecto a lo que la interpretación de hombre lobo y de terroríficos zombis inmortalizó al rey del pop. Sin duda, hubo una redefinición conceptual de los videos musicales. En esa inaugural concepción de voz-baile y efectos técnicos, el rey que hizo delirar a millones de fans, estuvo inmejorablemente acompañado de Ola Ray (encarnando a su cándida novia) modelo que antes y después del célebre rodaje, no pasó de la mediocridad.
Después, ese gigante familiarizado con las candilejas y la fantasía de sus multitudinarios conciertos, acrecentó su mito. Los años, no parecían mellar la plasticidad de su anatomía; eso era lo externo, porque la procesión iba por dentro. Sus forcejeos contra la naturaleza, cobraban alto precio para el gigante de Indiana; pero eso es otra historia. El 25 de junio de 2009, en circunstancias aún no esclarecidas como suele suceder con las élites de la fama, muere un ícono para generaciones que aún disfrutan de sus melodías, de sus coreografías y de su legendario “Moonwalk”. Lo emulan y reviven; aún lo lloran, y tal parece que el original moreno, de lejos se impondrá por muchos años sobre los batiburrillos musicales de ahora, hasta que nazca alguien que le haga sombra.
El autor es jurista y escritor.
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