Clepsidra
Luego de que los discordes en concordia, en paz y amor se juntaran y un pueblo de paz fundaron para perpetua memoria, pocos o ninguno de ellos se habría imaginado que, a 471 años de ese memorable acto, en esta ciudad de Nuestra Señora de La Paz nada cambiaría y el final de las encarnizadas causas y motivos que originaron ese histórico pacto entre pizarristas y almagristas, pareciera no llegar. Siguen todavía vigentes las banderías, un poco más originarias y autóctonas que aquéllas, pero con el mismo encono y rabia de entonces.
Lisonjeada desde niña por nobles caciques, intrépidos conquistadores españoles, valientes libertadores latinoamericanos, y una pléyade de mestizos altoperuanos que unieron su destino al de ella, al fragor de un enamoramiento profundo, doña Paz de Chuquiagomarka, distinguidísima dama nacida en medio de estas breñas andinas, hace cuatrocientos setenta y un años, se caracterizó por su aristocrática, como esbelta y muy alta figura, cuya aparente frigidez, comparable a los nevados que la circundan, desaparecía ante su cálida e inmensa hoyada y el carácter hospitalario de sus vecinos, que supieron revertir para bien, alguna de sus ingratas características.
Desde su creación fue llamada para grandes destinos, y así lo comprendieron los administradores de su inmensa fortuna, que orientaron sus esfuerzos en lograr ese cometido, empero, apenas cumplidos sus primeros cuatrocientos añitos, y cuando todo hacía presagiar que doña Pacesa se convertiría en una de las damas más importantes de la familia boliviana y del continente sudamericano, una tropa de bribones sombríos, que se constituyeron en los rapaces administradores de su dote y de su fortuna, la expoliaron hasta dejarla casi exangüe.
No existe un día en que nuestra bella dama no sea acosada por manifestaciones, promovidas por gente que, por lo general, nada tiene que ver con ella, y mediante los más absurdos pretextos generan paros, bloqueos, desfiles, entradas folclóricas y demás expresiones de sano y enfermo esparcimiento. Si no son los gremialistas, son los mineros, los maestros u otros movimientos similares que expresan su protesta mediante el asedio a nuestras principales arterias. A falta de ellos, están los infaltables danzarines, que se encargan de ocluir las calles en días feriados y fiestas de guardar, sin olvidar aquellos que mueren por desfilar. Los únicos beneficiarios de este demencial estilo de protesta son los fabricantes de cohetes y camaretas, adminículos infaltables en dichos eventos.
A este triste panorama se ha venido a sumar un súbito proceso de pachamamismo que, so pretexto de cobrar una “deuda social centenaria”, con vocación de tractoristas se agavillaron para terminar con su suerte y su destino, adueñándose de sus áreas verdes y hasta de los bellos cerros que la circundan. Sin embargo, hoy, a tiempo de cumplirse un nuevo aniversario de esta noble dama y con el denodado esfuerzo que realizan nuestras autoridades edilicias por convertirla en la ciudad maravilla admirada por todo el mundo, esperamos muy pronto volver a verla lozana y hermosa y lejana de esa triste suerte que le esperaba a doña Pacesa.
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