Hay procesos políticos que de partida se asientan en un segmento como base social. Para el marxismo, doctrinalmente, es el proletariado, como la burguesía encuentra su expresión en los partidos de tendencia liberal. Por supuesto, se conoce también corrientes que se definen como “centristas”, sin perjuicio de otras que promueven “la alianza o soldadura de clases”. No vamos a ingresar a ese tipo de especulaciones. Lo más terrífico en política son los partidos que explotan y llevan al abuso el factor étnico, en el cual se sustentan. En Bolivia, esta expresión es el MAS, partido gobernante hace 13 años consecutivos.
Esa situación se hace posible en tanto en cuanto el país tiene una población mayoritariamente indígena u originaria. Sin embargo, Bolivia en términos reales, es un país mestizo biológica o culturalmente. Si el hábitat natural de esa mayoría fue el campo, el agro, su migración no sólo al área urbana sino al exterior, desde hace cuatro o cinco décadas, ha dejado harto despoblada el área rural, de manera tal que ahora las ciudades absorben alrededor del 65% de la población nacional. Las causas del fenómeno migratorio se prestan a otro análisis.
Como parte del virtual antagonismo campo-ciudad, patrimonio no exclusivo del país, incisivamente el mismo se proyecta al plano electoral. Debido a esta suerte de antípoda, si los citadinos se muestran preferentes a una candidatura, los del campo se inclinan a la contraria. Electoralmente el país está convocado a elegir al candidato oficial u optar por quien le siga en la preferencia, al margen de otras opciones menores. Si se considera la señalada proporción poblacional campo-ciudad y se añade la bipolaridad político-electoral de los segmentos humanos correspondientes, se podrá predecir un mejor éxito electoral urbano para el candidato Carlos Mesa, mientras en el campo se impondría el binomio oficial.
Sin embargo no es así porque un enorme porcentaje citadino es indígena, para algunos es hablar del “campesino de ciudad”. Un habitante ambivalente, sin dejar de tener actitudes binarias. Forma parte de la objetividad, que cierta proporción de este tipo citadino de villas y periferia asimila los patrones sociales de las clases medias, lo que en sociología se llama aculturación, una especie de ósmosis social relativa, que para otros puede ser “alienación”. Naturalmente esa influencia puede hacer variar la visión política y electoral de las personas en cuestión, sin perjuicio de que el contingente mayor siga adscrito a sus costumbres originarias y contra todo lo que despectivamente considera lo k‘hara (blancoide). Tampoco se puede dejar de aludir al discurso y a la propaganda insidiosa dirigida a profundizar el antagonismo campo-ciudad, uno de los pecados capitales del actual esquema de Gobierno del MAS.
Tal exacerbación, sin duda, ha resultado gananciosa en los escrutinios electorales a favor del oficialismo. Alimentarse políticamente de esa rivalidad es llevarla a un campo difícil y delicado de escisión. El abuso del factor étnico si éste es mayoritario, se traduce en opresión y subyugación de las minorías que resultan tiranizadas. Esta política es nada constructiva para un Estado que aunque “plurinacional”, no se exime de asumir sus graves responsabilidades ante el conjunto de la población.
Si agregamos el concepto de identidad convertido en leitmotiv de la doctrina originaria, de enorme difusión oficial, veremos uno de los reactivos políticos más eficaces de los que se vale el régimen para llevar agua a su molino. La identidad desde el punto de vista ontológico es simple: “una cosa es idéntica a sí misma” (A = A). Para la matemática la identidad es el principio de la igualdad. Pues bien, la clave del voto indígena-campesino es la identidad, es decir, su decisión siempre será la misma, apoyar a quien identifican como igual o semejante. No importa lo bueno o malo que pudiera haber hecho desde el Gobierno, este es el voto “duro” o panoplia electoral del oficialismo. Sin embargo, como adelantamos, el originario aclimatado a lo urbano tendrá mejores insumos discriminatorios y, a buen seguro, que reprobará la abrumadora carga negativa de estos 13 años y, con ello, su voto contra la continuidad oficialista en el poder.
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