Intangibles
Antonio Pulido
En una sociedad progresivamente más digital crecen las críticas sobre el PIB como medida de la actividad económica de un país. No incluir la producción de bienes o servicios gratuitos parecía, hace pocas décadas, una restricción aceptable. Pero con la llegada de internet y otros productos digitales de libre acceso, su exclusión resulta más difícil de aceptar ¿Es posible medir Internet y razonable incluir su valor en el PIB?
Recordaba en un post de hace ya unos años https://www.antoniopulido.es/del-fetichismo-del-pib-al-pib-plus-y-mas-alla/? que vivimos una economía rápidamente cambiante en su estructura productiva y en su entorno social, mientras tratamos de medirla con un enfoque de hace más de medio siglo, poniendo parches para cubrir los agujeros más evidentes. Nadie debiera negar la magnitud y la utilidad del esfuerzo estadístico realizado durante décadas para disponer de una Contabilidad Nacional realizada con normas estrictas y aceptadas a escala internacional. En sus entrañas se encuentra ese PIB que nos sirve de termómetro permanente de la salud económica.
Sigue teniendo validez la idea original de medir toda la producción de un país (o su equivalente en términos de demanda o rentas generadas). Todo empezó con las propuestas iniciales, en los años 30 del pasado siglo, de Simon Kuznetsk y Colin Clark, completadas hacia 1940 por Keynes y transformada por Richard Stone, diez años más tarde, en una maqueta de cálculo del PIB adoptada, para todo tipo de países, por Naciones Unidas.
Desde entonces se ha hecho mejoras importantes en la integración sectorial (Input-Output), espacial (Contabilidad Regional), social (Contabilidad Social y Cuentas Satélites); en la consideración patrimonial además de la de flujos; en la rapidez en la disponibilidad de resultados (Contabilidad Trimestral y acortamiento de plazos); en la incorporación de actividades habitualmente ocultas (contrabando, drogas, prostitución, ...); en la incorporación de la inversión en intangibles (software p.ej.); en la mejora de los deflactores utilizados (índices de precios permanentemente actualizados o corrección por cambios en calidad).
Sin embargo lo realizado no es suficiente para cerrar la brecha creciente entre lo que debiéramos medir y lo que realmente medimos. Porque el PIB (o cualquier sustituto que utilicemos) debería dar un diagnóstico preciso de la situación real de la economía, con todos los cambios que se suceden día a día en bienes y servicios físicos o digitales y facilitar una valoración del bienestar de la población.
De hecho, el PIB es tan intangible y arbitrario como cualquier medida o indicador que podamos inventarnos. Por eso mismo, depende de múltiples criterios que han ido cambiando en el tiempo. Tiene el valor de una medida de aceptación mundial y que responde a instrucciones de cómputo detalladas y profundamente estudiadas por grupos de expertos internacionales. Pero tiene limitaciones en los puntos más delicados de cómputo como la valoración de los servicios de no mercado, la no inclusión de los trabajos de los hogares o la diversidad de intangibles aún no admitidos.
Hace unos días Erik Brinjolfsson (@erikbryn) publicaba en WEF, como entrevista, su post https://es.weforum.org/agenda/2019/06/un-economista-explica-como-valorar-internet/
Se inicia con el reconocimiento de que el PIB pierde enormes proporciones de valor en la economía digital. Cuando los productos digitales, ya sea Google Maps o Wikipedia, estas disponibles de forma gratuita, no tienen impacto en el PIB a pesar del valor para sus usuarios.
De hecho, el actual director en la Sloan School of Management de su MIT Iniciative on Digital Economy, tiene una amplia trayectoria en sus intentos de solución del problema. Algunas ideas ya las comenté en un post anterior https://www.antoniopulido.es/como-medir-la-nueva-economia-del-siglo-xxi/:
Ya en una conferencia sobre tecnoeconomía celebrada en 2012 (“Why it matters that GDP ignores free goods”), Brynjolfsson, señalaba que miles de nuevos bienes y servicios de esta sociedad de la información se introducen cada año. “Pero de acuerdo con las estadísticas oficiales de PIB, el sector de la información (software, publicación, audiovisual, telecomunicación y servicios de información y proceso de datos) supone aproximadamente la misma proporción que hace 25 años -aproximadamente el 4% ¿No tenemos ahora más información que nunca?... A pesar de la mayor revolución tecnológica, las estadísticas oficiales no incluyen el valor de bienes digitales y uno podría concluir que el sector de la información no ha crecido nada desde 1960... Pero sólo en los últimos cinco años hemos duplicado el tiempo que dedicamos a estos productos.”
El problema parece insoluble de partida, ya que el PIB sólo recoge valor de cambio de los bienes y servicios producidos, a partir de los precios de mercado o, excepcionalmente, por los costes de producirlos en los casos de no-mercado. Pero los servicios distribuidos a través de Internet no tienen costes adicionales por la expansión de su uso, se compensan costes con otras actividades de las empresas o son incluso fruto del “tiempo libre” de las personas.
Brynjolfsson y Oh (“The attention economy: Measuring the value of free digital services on the internet”, 2012) han utilizado ese tiempo libre (según su experiencia para EEUU entre tres y seis horas por semana), valorado por el coste de otras alternativas de uso, que lleva a asignar un valor del bienestar ganado o excedente del consumidor de unos 2.600$ por usuario, que supondría elevar la tasa de crecimiento del PIB en 0,39 puntos de porcentaje de media entre 2002 y 2011.
Más allá de ésta u otras soluciones (encuestas a consumidores, asignación de valor de publicidad,...), la realidad es que hasta ahora incorporamos a las estadísticas de PIB lo que tiene un valor asignado y excluimos los bienes de uso libre. Un economista dedicado a economía digital hablaba en las redes de la Clothline Paradox: Si metes la ropa en una secadora, su coste y el de la energía que gastas se contabiliza; si la cuelgas en un tendedero desaparece de la economía. Por eso seguimos sin valorar las labores del hogar, la naturaleza libre o la destrucción del medio ambiente sin coste.
La nueva propuesta de Brynjolfsson en 2019 es acudir a una métrica que denomina PIB-Beneficios, en que la utilidad que reporta al consumidor sustituye a la medida tradicional por el costo de producción de las cosas. El procedimiento consiste en preguntar a usuarios (cientos de miles de personas en EEUU) cuanto habría que pagarles para que renuncien a un producto en particular.
Por ejemplo, ofrecen entre 1 y 100$ por dejar de utilizar Facebook durante un mes. El resultado obtenido como promedio personal es 48$ para un bien que se ofrece como gratuito. También se incluye la renuncia a otros productos como Internet, ordenador personal, smartphone, música en streaming, Wikipedia, Twitter, Linkedln o Uber.
El problema está aún por resolver, pero bienvenidas sean propuestas imaginativas aunque todavía sean limitadas y provisionales.
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