Los dictadores muchas veces han llegado al poder por la vía electoral, con voluntad férrea y promesas de honestidad, orden y seguridad, que terminan cautivando a electorados incautos o crédulos, aprovechando las oportunidades y condiciones imperantes. Creo que ello ocurrió en Bolivia en reiteradas oportunidades de nuestra historia política tan cambiante, por diversas circunstancias.
La historia registra casos de ascenso de dictadores a través de elecciones, que resultaron ser nefastos para las naciones y el pueblo que los llevó al Poder.
En el mundo se han dado muchos casos de los que -aprovechando momentos y circunstancias, incluso utilizando recursos económicos mal habidos- pretenden continuar con el disfrute de viajes permanentes, con halagos, manifestaciones de apoyo, aplausos pagados, vítores a su arribo a los pueblos que los esperan en ambiente festivo, con banderas, regalos, discursos de apoyo, sin ocultar sus pretensiones despóticas, en una crisis moral.
Hubo gobernantes electos que se han convertido en autócratas, como Alberto Fujimori, en Perú; Marcos Pérez Jiménez y Hugo Chávez, en Venezuela; Gabriel García Moreno, en Ecuador; Juan María Bordaberry, en Uruguay; y Jorge Serrano, en Guatemala, y otros. La insufrible aspiración al poder absoluto, a la perpetuación en el ejercicio del gobierno y la codicia siempre han alienado y enloquecido a políticos ambiciosos, irresponsables e inconsecuentes.
De suerte que el ascenso al poder de los aspirantes a dictador puede ser relativamente fácil, en un contexto de democracia política, a través de la demagogia y utilización de grandes medios, provenientes de impuestos y la comercialización de recursos naturales del país que gobiernan.
Pero lo difícil es defenestrarlos, sacarlos del poder, sin ser víctimas de juicios, amenazas o insultos. Generalmente, aspirantes a dictadores se defienden hasta con las uñas, no solo porque no quieren perder el poder, sino porque saben que sus abusos y arbitrariedades pueden llevarlos a la cárcel.
Las muertes violentas de los autócratas Nicolae CeauÈ™escu (Rumania), Benito Mussolini, Adolf Hitler, Rafael Trujillo (República Dominicana) son ejemplos elocuentes del trágico final de algunos dictadores. Claro, algunos dictadores han muerto también en sus camas, manteniendo un férreo control del poder: Josef Stalin, Fidel Castro, Mao Tse Tung y Hugo Chávez.
Actualmente estamos presenciando el intento del gobernante venezolano Nicolás Maduro por mantener su régimen despótico, a través de la concentración de poder, de la negación de los derechos fundamentales, del desmontaje de la institucionalidad democrática y de la represión. La historia de la revolución traicionada se repite. Posiblemente el proceso de rebelión y caída del régimen chavista será sangriento.
La lección que dejan tras de sí los regímenes despóticos es que el mejor camino hacia la consecución del bien común y la paz social es el de la institucionalidad democrática y el imperio de la ley, así como que no hay atajos y que el éxito solo se alcanza con base en conciencia política, vigilancia, pluralismo, libre juego de opiniones y participación. Por tanto, jamás se debe caer en la desesperación y la impaciencia, que habilitan al populismo seductor, así como no se debe olvidar que “el que vive de ilusiones, muere de desengaños”.
Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender EL DIARIO |
Dirección:
Antonio Carrasco Guzmán
Jorge Carrasco Guzmán |
Rodrigo Ticona Espinoza |
"La prensa hace luz en las tinieblas |
Portada de HOY |
Caricatura |