Desde la tierra
Uno de los asuntos más conmovedores en relación con los asesinatos masivos de judíos en los campos de concentración europeos durante la Segunda Guerra Mundial, es la capacidad de los sobrevivientes de perdonar, reflexionar sobre el horror que les tocó vivir y situarse por encima de las miserias humanas. Esa condición es, seguramente, la oportunidad más grandiosa de ser libre.
Los escritos de la filósofa alemana Hannah Arendt (1906-1975), la más premiada y la más famosa, impresionan porque su capacidad de razonar le posibilita superar los sentimientos de odio, de venganza, de angustia. La búsqueda de las explicaciones para entender a los asesinos es más fuerte que la reacción visceral.
Hace poco murió Eva Mozes, rumana (1934-2019), quien junto con su hermana gemela fue enviada para ser parte de los terribles experimentos de Josef Mengele. Tenía apenas 10 años y fue testigo de la muerte de sus padres, hermanitas y amiguitas, pero sobrevivió. Estuvo en Israel y luego en Estados Unidos, desde donde alentó la memoria sobre el Holocausto, al mismo tiempo que alentaba la reconciliación.
Escuchar sus entrevistas nos guía hacia la grandeza que puede alcanzar la Humanidad. Ella, que vivió meses entre ratas, sometida a presiones que no parecen de este mundo, dedicó su vida a hablar de paz.
Tenía un espíritu tan libre, un ser tan alado, que podía dar la mano, la mejilla.
El pasado viernes 19 murió otra filósofa, húngara, también sobreviviente de dos totalitarismos, al nazismo contra los judíos y luego el estalinismo, al que primero respetó afiliándose al Partido Comunista, hasta comprobar que ahí también se asesinaba a los que querían tener una patria soberana.
Ágnes Heller (1929) era filósofa, menuda físicamente, pero mantuvo hasta su muerte, a los noventa años, una lucidez suficiente para entender que la lucha por la libertad se da en el día a día, en lo cotidiano. Entendió que había sobrevivido por una circunstancia especial, los fascistas húngaros no alcanzaron a llegar donde ella y su madre, aunque llevaron a su padre a Auschwitz.
El dolor de su infancia atormentada, de la juventud truncada por la invasión soviética, no le impidió repetir que en el mundo siempre hay personas buenas y que la relación armónica entre pensamiento y sentimiento nos ayuda a entender mejor el mundo que las teorías sobre el poder.
No dejó de escribir, de dar conferencias y de buscar respuestas a su inmensa sed de conocimiento, siempre desde su postura humanista que la ayudó a vencer la revancha y la venganza.
Es interesante conocer estas y tantas otras biografías, incluyendo de misioneros católicos, porque nos muestran caminos distintos a la política, a la protesta cotidiana, en busca de la Libertad.
Quizá lo que faltó a las culturas precolombinas es la elaboración de estos sistemas de contemplación y de preguntas filosóficas que distinguen al ser humano entre todos los mamíferos.
Sin buscar la Libertad, es difícil encontrar sistemas jurídicos como tuvieron los mesopotámicos hace ya 30 siglos, o la tolerancia religiosa de Suleiman, o las propuestas de los dominicos sobre los derechos: “Los hombres no nacen esclavos, sino libres. Por derecho natural, nadie es superior a otros”.
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