Gobierno, políticos, desprestigio total

En Bolivia el desempleo, la miseria y la pobreza se profundizan, con esa misma velocidad crece el rencor de la población contra varias instituciones. A estas calamidades que se viene sufriendo con fuerza se suma la impostura del gobierno.

El 60% de la población no quiere al presidente Evo Morales como gobernante; igual porcentaje desprecia a los políticos, a las fuerzas policiales y militares que han caído en niveles de ineficiencia y por estar algunos vinculados con el narcotráfico. Ha disminuido la credibilidad de algunos medios de información, al ser controlados por el actual régimen, porque solo defienden sus intereses.

No hay oposición política clara, que presione seriamente para obligar a cambiar comportamientos.

El desgobierno del MAS por sus grandes desaciertos puede promover un alzamiento popular, más aún debido a la ilegal re-postulación del binomio oficialista.

En los últimos años se ha acrecentado el desprestigio del oficio político. Afecta, por encima de todo y de todos, a ese ámbito tortuoso en el que se lucha por el poder. Si nada hay que codicie más el hombre como el poder, nada hay, también, que lo desgaste tanto. Tener poder es una meta política ambiciosa. Es un viejo oficio en el que es más fácil vivir del crédito de las palabras que de dar crédito a las palabras, en el que se prefiere más la complicidad que la adhesión; en el que frecuentemente, para ser primero, hay que ser el último en hablar...

Qué interesante es la definición de José Ortega y Gasset: “La política es una actividad instrumental, limitada, que no es capaz de organizar la amistad entre los hombres, ni la lealtad mutua”. “Verdaderamente, en política no hay reglas del juego: el juego acaba con las reglas. El pasado, el presente y el futuro son historia entremezclada, especulación acomodaticia, abuso de la falta de memoria del pueblo. Es el escenario dominado por la puerta abierta al cinismo del oficio político. En pocos casos nacen de las ideas, sino muy a menudo de las ambiciones, nostalgias y segundas intenciones”.

No menos dramática es la confesión de Mario Vargas Llosa, después de su frustrada campaña para ser presidente de Perú: “La política está hecha casi exclusivamente de maniobras, intrigas, conspiraciones, pactos, paranoias, traiciones y todo tipo de malabarismos”.

Sentirse poderoso genera el mayor placer. Pone sordina a la crítica, cultiva el halago y vuelve sublime el pedestal del hombre político. Mal de altura se llama el síndrome que descubre la megalomanía del hombre en el poder, hasta el límite de la tiranía. Todo lo cual ha traído como consecuencia no sólo las degradaciones míticas del mesianismo, sino un aparato tecnocrático que desplaza las conformaciones ideológicas, sustituyéndolas con la pura exaltación propagandística de un hombre, de un partido, de un sistema.

Se confirma lo que a ese oficio llamó D’Alembert, “el arte de engañar a los hombres”; que Kant definió como “la habilidad para adaptarse a todas las circunstancias”.

El autor es abogado.