Si los Juegos Panamericanos tenían que saldar una deuda con algún gimnasta, era con Tomás González.
Uno de los pocos sudamericanos que puede presumir de haber sido tres veces finalista olímpico no tenía, sin embargo, ningún oro en los Juegos Panamericanos. Tampoco su país en el tablero de gimnasia. Todas esas cuentas pendientes quedaron saldadas ayer en los 70 segundos que duró el ejercicio de suelo de González.
A sus 33 años, en la primera final por aparatos del programa de los Juegos, el gimnasta de Santiago regaló al público del Polideportivo Villa El Salvador una clase maestra de cómo se trabaja en el piso.
Planteó un ejercicio con grado de dificultad 5,900, el segundo mas alto de los ocho finalistas, pero ningún otro se acercó a los 8,700 puntos de ejecución que él mereció de los jueces.
González voló en sus saltos, clavó las recepciones y completó sus series con una perfecta sobriedad. Subió a la colchoneta con la seguridad del ganador y salió de ella, aún sin saber la nota, con la sonrisa del gimnasta feliz. Ese al que, un día, le sale todo bien.
Tras el bronce de 2007 y la plata de 2011, ausente en 2015 por lesión, puso por fin su nombre en lo alto del podio de la que es su gran especialidad.
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