Parte II
Ciudadano, ergo, no es sinónimo de citadino; ciudadano no es ni más ni menos que quien es sujeto del Derecho; puede ser fabril, minero, constructor, abogado, agricultor, sastre, ingeniero o militar o, por consecuencia del actual sistema, estar despojado de oficio. Puede lucir poncho, calzar abarcas, sombrero de fieltro o de saó y vestir una casaca de las más comunes o un traje de clérigo. Ciudadano es el que puede hacer escuchar su voz y, sobre todo, con poder de decisión; un sujeto político nuevo.
Uniendo ambas cosas, o sea el razonamiento del desenvolvimiento hegeliano de la historia que hemos hecho al comienzo de estas consideraciones, por una parte, y el concepto de ciudadano, por otra, tenemos que este actor político está llamado para ejecutar, con su palabra y obra, los cambios que las sociedades de hoy requieren en el escenario democrático que aquél ha preparado. Y lo deberá hacer de una manera libre, descentralizada, sin necesitar de un puesto en una jerarquía rígida o hallarse bajo la formalidad de un cargo.
Esto no quiere decir que las instituciones clásicas, ésas del republicanismo que tan bien han funcionado en los Estados ordenados, deban dejar de tener vigencia. Seguirá habiendo un presidente, una Asamblea con diputados y senadores y tribunales con jueces y magistrados y no faltarán los administradores del aparato estatal; los gobiernos departamentales deben seguir ejerciendo su rol constitucional. “El espíritu de las leyes” está aún vigente, Montesquieu pervive a los intentos del absolutismo; de no ser así, caeríamos en la anarquía de una tribu bárbara. Empero esa sujeción a la organización moderna de un Estado no impedirá -y no debe haber obstáculo- para que el empoderamiento político, fáctico e incontenible, recaiga sobre el ciudadano del común.
Las estructuras políticas organizadas con base en una lógica ciudadana son, pues, la vanguardia, el progresismo y la reivindicación. Son la cuarta generación de partidos políticos a nivel mundial: no integran ni masas ni cuadros solamente, sino ciudadanos pensantes, practicantes de la autonomía de la voluntad y propositivos, que migraron a las urbes, pero que también permanecen en los campos. Hay otros partidos, como el MAS, por ejemplo, que están cerrando un ciclo no solamente relacionado con avances sociales, sino vinculado con una lógica partidista decrépita; y hay otros partidos, más viejos aún, que intentan renacer infructuosamente de las cenizas para intervenir en el escenario actual… Son estructuras que se originaron bajo otros cielos y con otros horizontes enfrente, y que por tanto ya no valen. Nuevos actores requiere el tiempo actual, no solo hablando de lo generacional porque la frescura de un nuevo pensamiento también será determinante.
Pasaron los tiempos de los partidos políticos clásicos. ¡Sepamos leer el tiempo! ¡Sepamos leer la Bolivia del Siglo XXI para apuntalar un país moderno!, pues así como de ahora en adelante está en el ciudadano la tarea de hacer política, está también en él la responsabilidad de encumbrar en el poder, de forma legal y democrática, a un gobierno de ciudadanos.
Terminemos este llamado a la ciudadanía con el proverbio de un viejo cóndor de los Andes bolivianos, Franz Tamayo: «A veces todo está: el surco abierto, la simiente lista, el instante propicio y el fecundo sudor cayendo gota a gota… ¿qué falta? -Osar.» Y es que ahora todo está preparado para el viraje de nuestra historia, o más bien para seguir la tendencia de la historia: el escenario listo y los actores con sus vestimentas puestas. Está en el ciudadano la posibilidad de osar, de atreverse, de resolverse y apostar por una propuesta política que puede cambiar de buena forma y radicalmente el rumbo de esta nuestra amada patria, porque es verdad irrebatible: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto, corrompe absolutamente” (Lord Acton).
El autor es jurista y escritor.
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