Vemos con mucha preocupación, con pena e impotencia, el quebrantamiento de los derechos humanos, en ciertos países de la región, donde predomina el autoritarismo, con ropaje democrático.
Sus tropelías arrojaron centenares de muertos y heridos. Asimismo las mazmorras, que no son dignas para ningún ser humano, están abarrotadas por quienes disienten con la política de los poderosos y omnipotentes. La amenaza y persecución no han cesado, pese al repudio de la comunidad internacional. Y los gobernantes ni siquiera se ruborizaron. Así han nacido y así también pasarán a la historia.
No es necesario mencionar el nombre de esos países, donde la zozobra e incertidumbre son “el pan nuestro de cada día”, porque el mundo los conoce de sobra, mediante las redes sociales, que se han multiplicado, desde hace algún tiempo.
Una simple denuncia de conculcación de los Derechos Humanos provocaba, en tiempos de la dictadura militar, escándalos de gran magnitud, que hacían trastabillar a los regímenes de turno. Las organizaciones políticas – particularmente de izquierda-, sindicales, culturales, religiosas y otras, se pronunciaban, en coro, condenando tales extralimitaciones. Aún quedan, como testimonios de entonces, documentos incendiarios, dispersos en las hemerotecas.
Hoy se atropella la libertad de prensa y pocos se pronuncian sobre el caso. Se hace detenciones arbitrarias y nadie sale en su defensa. Aquellas organizaciones con su silencio pareciera que avalaran los excesos políticos. “El que calla otorga”, señala un dicho popular.
En consecuencia: el sistema democrático debería modernizarse asumiendo medidas que amplíen y garanticen los derechos humanos. Con estas determinaciones estaríamos dando solidez a la democracia con miras al Siglo XXI. Es necesario inyectarle un sentimiento humano, espíritu tolerante y contenido pluralista, a fin que la libertad se imponga, sin restricción. Entonces nuestros hijos y nietos respirarían verdaderos tiempos de cambio. Y el continente latinoamericano marcharía a la vanguardia de la profundización de la democracia, por cuyo restablecimiento se derramó mucha sangre.
Los pueblos y gobiernos latinoamericanos están conminados a preservar la democracia ahora más que nunca. Pase lo que pasare, duela a quien doliere. No deberían retroceder en ese objetivo de interés común.
Y evitar constituirse en los sepultureros de ella. En esa perspectiva tratar de redoblar esfuerzos sobre todas las diferencias políticas que existieran. Aún es tiempo para refortificarla con actitudes e ideas frescas.
En suma: la democracia requiere del respaldo para modernizarse de cara al futuro.
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