“Tirad primero, señor Ministro” fue la expresión con que aquel parlamentario, no sé de cuantos millones de neuronas, pero que sin duda le funcionaban todas, esperaba con ansiedad pulverizar a su contrincante en aquel ruedo en que circunstancialmente a su frente se hallaba Ricardo Jaimes Freyre. Aquella mente prodigiosa tenía ante sí a otra cima intelectual, y entonces se dio inicio a una de las batallas más épicas y brillantes de la confrontación de ideas y oratoria que conoce la historia de Bolivia. Ni un insulto ni una alusión personal ni un menoscabo racial.
Ahí, en el hemiciclo del antaño Congreso Nacional, Franz Tamayo y su oponente dieron muestra de lo que la mente humana puede producir y la boca excelsamente interpretar. Antes y después hubo otros debates cerebrales, célebres, emotivos y aun apasionados en el Alto Perú y la república, como los de Casimiro Olañeta, maestro de la intriga política, pero genio de la retórica, con sus pares en la Asamblea Deliberante.
Estamos virtualmente a dos meses y medio para el cierre del debate de ideas en sentido lato, porque en sentido estricto, los candidatos tienen la obligación política y cívica de contrastar sus posiciones ideológicas, especialmente, aunque no exclusivamente, entre los dos primeros en la preferencia electoral, en tanto del variado listado de binomios, solo los aspirantes por el Movimiento al Socialismo y Comunidad Ciudadana tienen posibilidad de ocupar la primera magistratura del Estado.
De ellos conocimos recientemente sus programas, empero un programa de gobierno, sobre todo en nuestro contexto electoralista y tradicionalmente demagógico, para quien tiene el derecho a elegir, no es suficiente su simple lectura o escucharlos de boca de quien lo propone, porque en nuestra democracia, la mentira y el engaño se impusieron sobre los propósitos verdaderos de quienes asumen la conducción del país.
Entonces calificar los programas presentados ante el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de “precarios y débiles” a los presentados por las fórmulas opositoras, con ligereza y tendencioso interés por el Ministro de Comunicación y únicamente para justificar una negativa a debatir, es un despropósito, porque los programas son enunciados que pueden o no ejecutarse; o simplemente pueden ser inviables, de manera que hay que sustentarlos.
La credibilidad de un candidato está supeditada a su capacidad de defender su orientación política y programática, y no a sus discursos orales o escritos que no tienen posibilidad de ser contrastados por un contendor. Solo así el elector decantará prudentemente entre uno y otro. Solo así podrá elegir responsablemente.
Los debates se hacen entre candidatos, entre iguales, en horizontalidad, y en política son indelegables, por lo que eludirlos con el liviano argumento de que el presidente Morales debate con el pueblo, hace pensar en una debilidad argumentativa de sus propuestas o, cuando menos, en la incapacidad para defenderlas. Los debates tienen que ser no una elección de los candidatos, y si una obligación moral, para que el votante conozca, además, el temple, el carácter y el perfil de quienes ponen a consideración un proyecto.
“Los políticos son iguales en todas partes. Prometen construir un puente, incluso donde no hay río”, decía Nikita Kruschev. No queremos que el próximo gobierno haga ríos para construir puentes. El debate puede sumar puntos al segundo (o restarle), es legítimo, aunque el objetivo honesto debe ser seducir al ciudadano con una propuesta que permita incentivar la reflexión popular; pero es ilegítimo que el primero en las intenciones del voto se niegue, porque es negarle al pueblo el derecho a conocer el sustento de sus propuestas y no se diga que el MAS ya tiene consenso en el electorado, porque las últimas encuestas indican que más del 60% le niega su apoyo.
El autor es jurista y escritor.
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