Político, en el sentido más elemental, es la persona versada en las cosas del gobierno y del Estado, pero en su sentido más propio se entiende por político al hombre de partido que comulga con la ideología y el pensamiento de esa entidad y forja su ascenso con dedicación, cultivándose en lo personal para representarla en el futuro con ética, dignidad y eficiencia, aspirando a estadista, tanto mejor si al mismo tiempo el hombre de partido es orador. Cuando los partidos son entidades regulares y estables -a diferencia de los del país- la carrera política se inicia en la burocracia interna del partido, para emerger a funciones electivas desde su localidad territorial en ascenso hacia las legislaturas nacionales y coronarse finalmente en el Ejecutivo, si las posibilidades lo permiten. Tal es el tipo de personaje con el mejor derecho de propuesta de un partido para acceder al parlamento o a otras funciones del Estado.
Para fatalidad, estamos en el ocaso del político vocacional siendo sustituido por personas improvisadas, ajenas al ámbito, situación en la cual ahora se nos ofrece listas anodinas y variopintas en las que no faltan bufones, tránsfugas, desertores e incondicionales. Ni siquiera aparece el político “ocasional”, quien, según Max Weber, es el ciudadano que discontinuamente emite opiniones políticas. No pueden ser motivo de consuelo parecidas calamidades en algunos países de nuestro hemisferio. En tiempos pasados, los partidos prestigiaban sus propuestas electorales invitando a poetas, literatos y personajes reconocidos por la comunidad. Como se ve, el cambio es abismal, empero aunque lamentablemente el nivel cultural del país es uno de los más bajos, no se justifican alternativas electorales semejantes que entrañan mofa y subestimación intelectual del electorado.
Para la mentalidad oficialista el Parlamento Nacional -pese a ser el primer poder u órgano del Estado- es una asamblea más que debe diferir poco de las asambleas sindicales y se lo toma a manera de botín, repartible entre sus seguidores. Qué significa sino la promesa de que los no incluidos ahora lo serán en las planchas departamentales y municipales a corto plazo. Sin posibilidades de aporte en lo legislativo ni en fiscalización, los escogidos llenarán su misión levantando la mano cuando la consigna lo instruya, al igual que lo hicieron los cesantes. Por su parte la oposición no supera con mucho ese rango de representación.
Conoce la opinión pública que la facundia legislativa de estos largos años viene encarpetada desde el Palacio de Gobierno, sin embargo cada diputado o senador -no se sabe con precisión para qué- está asistido por una planta burocrática de asesores, secretarias, ujieres y abre puertas, todos bien rentados a costa de los impuestos de los contribuyentes. Lo que menos y peor ha efectuado la Asamblea Legislativa es su atribución fiscalizadora. Las interpelaciones a los ministros convocadas por la oposición, han terminado no sólo en aplausos, sino que los interpelados han salido por la “puerta grande” y en hombros, aunque las razones que las motivaron fueran concluyentes y merecedoras de censuras ejemplares, actitud oficialista servil que clausura una de las atribuciones de contralor propia de la naturaleza de ese órgano del Estado. Si a sus falencias legislativas se agrega ésta, la Asamblea deviene en un órgano inútil y simple caja de resonancia del Ejecutivo a causa de sus dos tercios oficialistas. Añadimos que una de las condiciones de selección y elegibilidad de los legisladores debería ser -como fue en otros tiempos- suficiencia para proponer y analizar las leyes por sí mismos, sin amanuenses y a la par cumplir las tareas fiscalizadoras.
Con la modalidad electoral de representantes uninominales se abrió un canal que demanda un tipo diferente del político partidista, pero que no debe alejarse en demasía de las dotes brevemente descritas. Asimismo, no debe prescindirse en el Parlamento de la presencia de otros ciudadanos expertos en el amplio espectro de la complejidad moderna. Todo en la medida necesaria y útil. Si en la presente coyuntura electoral no se cualifica a los futuros parlamentarios y se impone la urgencia de reponer la calidad y honorabilidad del órgano, se ahondará la declinación de una institución que debe ser modélica en servicio del prestigio del país.
El autor es jurista y escritor.
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