Ropa usada: muerte de la industria textil

Mientras las políticas oficiales muestran paraísos con castillos de las mil y una noches y campos rodeados de princesas y cortesanos que gozan de banquetes pantagruélicos, la realidad de fondo del país es diferente en absoluto y en ella se encuentran eriales y campos que se convierten, más a corto que a largo plazo, en desiertos de arena y muerte. Tal es el panorama que se observa en la vida nacional detrás de problemas reales, como la inundación de ropa usada, contrabando, libre comercio con productos chinos, aumento de vendedores callejeros en proporciones elefantiásicas y otros siniestros espectros de tragedia.

Un caso predominante y tan grave como otros, es el alud de ropa usada que ingresa al país vía contrabando e importaciones del gobierno y particulares. Los vendedores de esa mercancía aumentaron en los últimos quince años de 15.300 a más de 250 mil, lo cual revela mayor desempleo y pérdidas millonarias al año para los fabricantes nacionales.

Eso es poco. Cientos de talleres de artesanía han cerrado por la competencia de trapos y miles de sastres, aprendices, ayudantes, etc. han quedado en la calle para engrosar el gigantesco ejército de desocupados, que derivan no raras veces en la delincuencia. Es más, toda esa pequeña industria ha desaparecido y, por tanto, la economía del país está en crisis cíclica, pues el libre comercio derribó sus fronteras internas.

Otro ejemplo. Hasta hace unos quince años nuestros campos producían gran variedad de deliciosas manzanas orgánicas de exportación. Entonces ingresaron a nuestro mercado de consumo masivas cantidades de manzanas chilenas por valor de ¡diez millones de dólares al año! Así importamos chatarra y Chile se llena de dólares. Hoy no se ve en los mercados manzanas nacionales, como también ocurre con otros productos que llegan, pero son de pésima calidad. La agricultura de esa fruta ha muerto, en la misma forma que la producción industrial de ropa.

Igual cosa sucede con otros rubros de la agónica economía nacional; mientras las musas del gobierno dicen mentiras que suenan como verdades o como cuando cierto dios de la mitología griega tocaba las cuerdas de su lira, las bestias y los depredadores del campo, transformados por su canto, se reunían para escucharlo. Árboles y piedras se movían al ritmo de la lira; las aves en el aire y los peces en el mar se detenían y sumaban sus voces a los ritmos que escuchaban. Los encantos, las purificaciones, las curaciones y otros medios fueron inventados por ese dios para evitar conocer y aceptar la cruda realidad que no se quiere ver.