Marcelo Miranda Loayza
Kierkegaard entendía a la desesperación como la enfermedad mortal del ser humano, la cual a su vez desemboca en el pecado, en el no creyente. Continúa Kierkegaard manifestando que el ser humano, al no conocer en definitiva dicha enfermedad, se desespera y se espanta por “pequeñeces” temporales y hasta mundanas.
El hombre del Siglo XXI con el avance de las ciencias y de la comunicación ha dejado de dar importancia al pecado como fenómeno que carcome el alma, el “no creyente” se ha convertido en un ser más pasivo que relativiza todo aquello que pueda llegar a cuestionar su actuar. Curiosamente, aún sigue “desesperándose”, pues esta sintomatología es netamente espiritual, por ello siempre será inmanente al ser humano.
La desesperación se presenta en la pobreza espiritual, pero al no ser entendida como fenómeno previo al pecado, se convierte en un sentimiento netamente personalísimo, por ende perfectamente saciable sin restricciones o valores. El pecado se convierte en necesidad, pues solo mediante él se llega a saciar la desesperación casi adictiva por los placeres.
Vivir con bases éticas es el fundamento de la vida misma, para Kierkegaard la ética aplicada a la existencia funda tanto una relación positiva con uno mismo, así como una relación positiva con los demás. Básicamente se encuentra en paz tanto en su interior como en sociedad, pues vivir éticamente es, sin duda, una forma superior de existencia. Esta forma “positiva” de entender y de vivir ha quedado supeditada para la corriente relativista al conocimiento, a los vínculos y al contexto, por ende el “absoluto ético” deja de tener peso moral y es suplantado por la subjetividad del pensamiento actual.
Esta subordinación de lo ético hacia la subjetividad del pensamiento, el mismo que emerge de circunstancias específicas en contextos y tiempos, deja sin duda alguna mal parada a la ética y a la moral, ya no existe la llamada concepción exterior del deber, se prioriza la individualidad antes que la colectividad, la relación entre ambos estados queda truncada. De esta forma, la conciencia moral se ve afectada en su relación con el prójimo y también con las normas legales que sostienen el desenvolvimiento de la vida en sociedad. La motivación moral ya no construye adhesión, en todo caso el efecto es notoriamente contrario, es decir, da como resultado cierta repulsión a preceptos éticos absolutos, pues van en contraposición a la subjetividad y a lo relativo.
Todos los aspectos mencionados vienen a ser simples sintomatologías de un “mal moral” complejo y viral que viene desordenando las relaciones humanas en todos sus ámbitos. Lo intrínsecamente malo ha dejado de serlo, se valora el desorden por encima de la norma, se amenaza severamente los cimientos éticos y religiosos de la convivencia en sociedad, para suplantarla por una visión peligrosamente subjetiva.
La disponibilidad de lo ético y lo moral sigue estando presente en la vida del ser humano, pues el espíritu jamás llegará a cerrarse totalmente a estas realidades. La enfermedad moral podrá derrumbar sociedades enteras, pero la realidad eterna de lo espiritual siempre seguirá dispuesta a escuchar y a obrar.
El autor es teólogo y bloguero.
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