I
Joshua Bellott Sáenz
Muchos años de gobierno, y en los discursos a propósito del nuevo aniversario patrio, nuestros gobernantes dicen que el éxito de la gestión se encuentra en: la estabilidad social y política; redistribución de la riqueza; combinación del mercado interno y externo (antes era sólo el interno en su discurso), un Estado soberano y económicamente fuerte; regulación de la banca y la interacción con soberanía con la inversión extranjera y privada, entre otras cosas.
Por otro lado, los opositores argumentan que varias cosas no están bien en el país y, por supuesto, sugieren que se avecina una crisis. Algunos de estos argumentos son: creciente y alta deuda externa, déficits gemelos continuos, reservas internacionales netas en franca caída, menor crecimiento, dependencia muy alta ante las materias primas y el extractivismo, el gas se acabó, entre otras.
Lo cierto es que en los últimos años el país vivió una bonanza económica, producto de los altos precios de las materias primas y, por lo tanto, muchos de los bolivianos estábamos convencidos de que era el tiempo de transformar el país, y esto significaba transformar el aparato productivo, diversificarlo y volverlo competitivo. Si sólo hacíamos eso; no dejando de atender salud y educación, hubiera significado un mayor empleo y un despegue claro hacia una sostenibilidad y soberanía en términos económicos.
En cambio, el gobierno actual optó por el camino político, despilfarrando los recursos en inversiones poco a nada productivas, optando por un modelo fracasado y del pasado, como fue el Estado productor, que lamentablemente compite de manera desleal con los privados. Un Estado productor incapaz de dar empleo a los bolivianos, con empresas estatales ineficientes y que no generan excedentes, pero que sí muestran un espejismo de industrialización y diversificación de la economía, cuando en realidad esta política sólo favoreció a un muy pequeño porcentaje de los bolivianos (las nuevas élites), y no a las grandes mayorías.
Un Estado “benefactor” que sólo da limosnas al pueblo y no es capaz de incentivar la generación de riqueza de las propias manos del pueblo. Podemos afirmar, entonces, que no se gobernó para el pueblo, porque nada cambio y, más bien, se profundizaron los problemas y las debilidades de nuestra sociedad y nuestra economía.
A continuación revisamos algunos indicadores que demuestran, sin lugar a dudas, estas debilidades y los problemas en los que nos encontramos sumidos en la actualidad.
Uno de los problemas conocidos ya en el pasado es el saldo comercial de nuestra economía, o sea ese indicador que nos muestra si nuestros ingresos o exportaciones son superiores o inferiores a nuestras compras (gastos o importación). Este saldo comercial fue deficitario o negativo ya por varios años (las importaciones son superiores a las exportaciones)…
En 2014, el saldo comercial alcanzó a más de 2 mil millones de dólares, año hasta el cual los precios de las materias primas se mantuvieron muy altos, respecto a la actual coyuntura. Muy rápidamente este saldo se convirtió en negativo y fue creciendo paulatinamente hasta llegar al 2017 y 2018 a un poco menos de mil millones de dólares. Algunos rubros persistentemente son deficitarios, desde el 2005 hasta el 2018, agravándose el problema. En cuanto a Bienes de capital, equipos de transporte y artículos de consumo, éste último creció continuamente en la línea de tiempo descrita, quedando claro que nuestra economía ni siquiera puede satisfacer las necesidades de consumo interno. Cuando un déficit comercial es persistente en una economía, es peligroso, porque empieza a afectar a otros indicadores, como la pérdida de reservas, aumento de la deuda externa y otros.
Nos referiremos a la participación de las grandes categorías económicas en las exportaciones bolivianas, en los mismos años que el anterior. Claramente se ve que en el año 2005 el 61% de las exportaciones correspondía a gas natural y minerales. Por otro lado, de ese 33% de la industria manufacturera, gran parte es también minerales, sólo que un lingote de estaño es considerado una manufactura por el proceso de transformación que sufre. Sin embargo, podríamos decir de manera cierta que un 15% de este porcentaje, sigue siendo materia prima.
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