Marcelo Miranda Loayza
¿El destino final del ser humano es la muerte?, definitivamente sí, pero solo si te dejas morir.
No existe criatura más compleja que el ser humano, la conciencia de su propia existencia de por sí ya lo convierte en un ser único, capaz de razonar sobre su papel dentro de su entorno y realidad, lo cual le da plena libertad sobre su actuar. Estas cualidades, al ser únicas, convierten al ser humano en dueño de su destino, ninguna otra criatura (por más hermosa o tierna que sea) posee estas características.
La libertad al ser razonada genera responsabilidad, no solo con la propia humanidad, sino también con su entorno. La libertad y la responsabilidad llegan a su plenitud cuando son ejercidas de manera equitativa y racional. Ejercer esta libertad solo para ser libres termina encadenando al ser humano al precio de sus propios vicios.
La vida libre y la vida con responsabilidad no solo tienen que ir ligadas a un imperativo categórico Kantiano, también deben ser regidas voluntariamente por una ley natural, donde se dignifique al ser humano y a la vez se respete a todas las demás formas de vida. Entendiendo de manera adecuada este precepto, solo el ser humano es capaz de dignificar su propia existencia y a la vez proteger de manera adecuada y sostenible a todas las criaturas de nuestra casa común, dándoles la protección y la dignificación que solo el ser humano puede darles; el destino final de la humanidad y por ende el de la creación es la trascendencia, no la aniquilación ni el olvido.
La conciencia de la propia existencia si no es vista con la esperanza de la trascendencia se convierte en una “eterna angustia”, en una pelea constante por tratar de justificar la falta de esperanza del ser humano ante la presencia inefable de la muerte. Es de esta manera que una sociedad sin esperanza ve a la existencia humana como un mal, un cáncer maligno, el culmen de todos los males, cuyo único objetivo es la destrucción de la creación.
El ser humano no está enfrentado a la creación, ni la creación estaría mejor sin el ser humano, tratar de encontrar, según la dialéctica marxista, un enfrentamiento entre ambas realidades solo conduce a la humanidad a vivir sin existir y a la creación a que nadie en realidad reconozca su belleza.
La naturaleza podría existir sin el ser humano, ni duda cabe, pero de qué serviría, no tendría sentido en sí misma, pues toda su belleza y grandeza pasaría desapercibida. Para salvar a la “casa común” primeramente se debe salvar al hombre, salvarlo de un relativismo destructivo y depredador, salvarlo de una falsa conciencia ecológica animista e hipócrita. Es necesario comenzar a comprender nuestro papel en medio de la creación, no como patrones, sino como custodios de todo lo creado, esto significa ser responsables con nosotros mismos y por ende también con todo lo que nos rodea.
El destino del ser humano es morir, ni duda cabe, pero también es la trascendencia y solo en ella la creación también encuentra la suya.
El autor es Teólogo.
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