Según la corriente pragmática -tan difundida y alabada en este tiempo- lo verdadero es lo útil y lo que cuentan son los resultados prácticos. Para el utilitarismo -hermano gemelo del pragmatismo- lo que es útil es bueno. Ambos tienen en común una abstracción ética y egoísta y se hallan inmersos en toda la gama del quehacer actual. En el país proviene del positivismo que se hizo presente a finales del Siglo XIX. El utilitarismo fue fácilmente absorbido por la política y pronto reflejado en las instituciones públicas y privadas.
Esta adhesión fue común a las naciones latinoamericanas, influidas por el pragmatismo norteamericano atribuido a su progreso material, científico y tecnológico iniciado en el Siglo XIX. Esta comunión desorientadora tiene lugar no obstante ser distinta la estructura mental latinoamericana, heredera de la cultura latina. En lo indígena u originario tampoco quepan raíces de naturaleza pragmática, aunque los componentes contemporáneos de esta cultura, en contacto con lo urbano, se impregnan del arquetipo utilitario y de sus prácticas.
Asimismo, los gobiernos gestionan sus políticas a través del enfoque utilitario en consuno con el ambiente dominante, sin embargo, ello no les faculta a prescindir de las fuentes teleológicas del derecho, equilibrada sustancia del poder. Llamar utilitarismo al comportamiento cínico de peculados y latrocinios en el que con frecuencia caen los gobernantes y funcionarios públicos, raya en lo delictivo y es una de las formas dañinas de mayor impacto contra la sociedad. Este discurrir linda en la pérfida receta maquiavélica “el fin de justifica los medios”, de práctica individual y de los grupos de influencia, entre los que destacan los partidos encaramados en los gobiernos bajo el alero de la impunidad.
El utilitarismo, como norma de vida y de las relaciones, se origina en la educación a partir del método de practibilidad concebido por el pedagogo John Dewey, bajo las directrices filosóficas de William James. Con los antecedentes ingleses teóricos y de praxis radicalizados por el norteamericano James, se proyecta por generaciones al contexto social estadounidense.
A este método utilitarista ha sobrevenido la anulación de la capacidad espiritual de niños y jóvenes, naturalmente abierta a las inquietudes creativas y cognoscitivas del intelecto y de las emociones creativas, tal el arte, la pintura, la poesía y otras. Además esta educación ha excluido o desterrado “todo elemento desinteresado e ideal preparando para el porvenir espíritus estrechos”, dice Enrique José Rodó, pensador uruguayo y Maestro de Juventudes, en su célebre obra Ariel y agrega un juicio certero que bien puede aplicarse también a los autócratas de todo tiempo: “Nuestra capacidad de comprender, sólo debe tener por límite la imposibilidad de comprender a los espíritus estrechos”.
Este método educativo encamina a los estudiantes hacia una especialidad con sus elementos instrumentales, determinando su automatización -una especie de autismo- que los priva de valores y sentimientos, convirtiéndoles en individuos adiáforos y acríticos, aptos para dar por bueno lo hecho o dejado de hacer por plutócratas, poderosos y detentadores del poder. Este quiebre de la personalidad de estudiantes y universitarios se aprecia en el país cada vez más en su falta de compromiso social y político, absorbidos por la tecnología digital y por otras orientaciones huérfanas de ideales. Tales los efectos de la formación exclusivamente pragmática y utilitaria.
El autor es jurista y escritor.
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