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[José Carlos García]

Lecturas

“EL loco”, Khalil Gibran (1918)


“Me preguntan cómo me volví loco. Así sucedió:

Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -sí, las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:

- ¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!

Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:

- ¡Miren! ¡Es un loco!

Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:

- ¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!

Así fue como me convertí en un loco.

Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser. Ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón”. Khalil Gibran.

“Pero no dejen que me enorgullezca demasiado de mi seguridad”, dice en otra parte. En un mundo violento, ferozmente competitivo, sometido a la constante presión de la sociedad de consumo, El Loco aparece para recordar al hombre lo esencial. Cada narración constituye un mensaje destinado a hacer reflexionar y a abrir nuevos horizontes a las personas de toda raza, creencia y condición.

Contra la “cordura” de sociedades injustas, de gobiernos asesinos, de estructuras monolíticas de poder; de los banksters.

El Loco defiende el derecho de cada individuo para recorrer su propio camino. El Loco contempla al mundo con amor y a los seres humanos con ojos misericordiosos e infantiles, sorprendidos ante tanta belleza, dolor, alegría, heroísmos, cobardías y traiciones. Ni juzga ni condena ni dogmatiza imponiendo credos o instrumentos de poder mental. Se limita a hablar de lo que en verdad es importante, y en lo que casi nunca tenemos tiempo de pensar. Tal vez el éxito de este libro se deba, precisamente, a que su lectura es como una conversación con un auténtico amigo, capaz siempre de decirnos cosas inspiradoras.

Khalil Gibrán nació el 6 de diciembre de 1833, en las montañas del Líbano. En 1894 emigra a los EEUU y se radica en Boston. Vuelve a su patria en 1898, donde se queda hasta 1902, completando allí sus estudios árabes. Vuelve a EEUU y gana una beca para estudiar pintura en París hasta 1910. Regresa a EE UU y muere en Nueva York el 10 de abril de 1931. Entre sus numerosas obras destacan El Profeta, Jesús, Hijo del Hombre y Los Dioses de la tierra (1931).

El autor es Prof. Emérito U.C.M.

 
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