Rafael G. Julio Quiroga
Se deslizó en los medios de comunicación datos sobre el gasto millonario en la compra de muy lujosos y suntuosos muebles para la denominada Casa del Pueblo. Pero el gasto que más llamó la atención fue para adquirir la cama, con un costo de Bs 21.000, equivalente a $us 3.000, lujo que seguro ningún boliviano tiene, pues sería un derroche de dinero en un mueble tan común para cualquier mortal.
Me viene a la memoria la cama de Maximiliano, personaje que cuando las tropas francesas de Napoleón III ocuparon México, fue designado Emperador. Éste construyó su palacio en la cima de un cerro, muy visitado hoy por cientos de turistas y llama la atención su dormitorio con una imponente e inmensa cama, cobijada con un techo del cual penden delicados tules. La dimensión de la cama hace pensar que Maximiliano dormía con su caballo más, bestia noble con la cual recorría México el Emperador.
Ahora bien, de la faustosa y valiosa cama de la Casa del Pueblo, en la cual duerme nuestro Presidente, no sabemos cuál es su tamaño, pero si fuera como el de la cama de Maximiliano, no creo que pueda entrar su helicóptero, con el cual recorre Bolivia. Al margen de ello, una cama con el precio de $us 3.000, en alguna medida tiene la obligación de dar un plácido, sano y cómodo sueño al que la usa; pues sería desastroso tener una cama de ese costo y que a su dueño le de insomnio, revolcándose de un lado al otro toda la noche, hasta el amanecer, negándose Morfeo a recibirlo en sus brazos.
Ciertamente viene a ser un derroche de dinero y en absoluto nada grato. Una cama de ese precio tiene que tener la garantía de dar al que la usa un sueño plácido y lánguido, y de suceder lo contrario, merece la devolución inmediata de ese mueble al que la vendió, más el resarcimiento por el daño recibido. Bueno, también en justicia, el beneficio tiene que ser recíproco, pues una cama que sea consciente de su precio tiene el derecho de recibir el uso para el cual fue construida.
En el caso nuestro, el presidente Morales se la pasa viajando constantemente, por todo motivo, ya sea entregando obras u obritas, inauguraciones, encuentros de fútbol, posesión de presidentes de otros países y a cuanto encuentro internacional haya; por supuesto que esa cama tiene que sentirse inservible, despreciada y solitaria. Suficientes motivos para vivir en depresión rogando a diario ser vendida, subastada o regalada a cualquier otro ser viviente. Ahora bien, en el supuesto de que entre la lujosa cama y el magnate que la posee tengan una armonía completa, con el uso diario de la cama y el sueño placentero armonioso y reparador del poseedor estrechado en los brazos de Morfeo; pero el desastre de su dueño sería que su sueño sea interrumpido con una terrible pesadilla, llena de infinitas amarguras y agonías, con infinito negro, donde la voz no alcanza, solo y mudo se despierte arrebatado. Vendrá entonces el justo arrepentimiento por el gasto millonario en la compra de esa cama, que obligada está a solo dar placer, por el valor que representó.
Una cosa semejante será para nuestro Presidente que cuando no tenga que viajar y se vea obligado a dormir en el lujoso dormitorio, su costosa cama le provoque una terrible, desastrosa, cruel e inhumana pesadilla, en la que sueñe que fue derrotado en las elecciones generales el 20 de octubre venidero y que debe abandonar el Gobierno; no quisiéramos pensar cuál será el destino y fin de esa desdichada cama que no tuvo culpa alguna de tener un abultado precio.
El autor es escritor y abogado.
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