Reflexiones sobre la seguridad vial

La práctica, la costumbre y hábitos nos van educando mediante un aprendizaje continuo y permanente, el cual es difícil de eliminar, esta ilustración se obtiene en forma silenciosa y la vamos adquiriendo sin darnos cuenta.

Existen hábitos de comportamiento en vía pública que se han consolidado como acciones normales, como ser: cruzar calles y avenidas por lugares no autorizados omitiendo pasarelas y pasos peatonales, no respetar el semáforo, abordar o descender de los vehículos en cualquier lugar con el argumento de “puedo aprovechar” o “aprovechen, el semáforo está en rojo”. Estos hábitos han permitido generar una “cultura de riesgo” que ha dado como resultado fatal a decenas de personas heridas, fallecidas y vehículos siniestrados. Estas acciones demuestran en forma objetiva nuestra cultura de riesgo. ¿Y qué hacemos frente a estos riesgos viales?, simplemente los ignoramos, creemos que nada pasará, convirtiendo la falta de prevención en un riesgo vial que puede llevar consigo nuestras vidas.

En esta ocasión, me permito realizar un enfoque reflexivo, que va en sentido contrario, de la mano de León Tolstoi que dice: “Todo el mundo piensa en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.

En la vía pública estamos más atentos al riesgo de la “soberbia” de las demás personas, que a cómo transitamos por la calle. Y no es que esté equivocada la prevención frente al primer riesgo, lo malo es la carencia de percepción frente al segundo. El problema es que este riesgo vial no se percibe en la magnitud que se lo debería percibir, tendemos a minimizar el mismo, la mayoría de nosotros no percibe en su real magnitud la “amenaza” de la circulación en el tránsito, cuando lo hacemos en forma imprudente e irresponsable, entonces llegamos a la primera conclusión: debemos cambiar nuestra forma de pensar respecto a nuestras conductas de riesgo.

El factor humano tiene la capacidad de percibir el riesgo, tomar decisiones y ejecutar acciones para enfrentar el riesgo identificado, citaré como ejemplo los siguientes casos: un conductor que ingiere bebidas alcohólicas (percepción de riesgo), decide conducir su vehículo bajo el efecto del alcohol (toma de decisiones) y finalmente circula en vía pública y atropella a tres peatones (ejecuta acciones), ¿qué hubiese pasado si el conductor decidía no conducir bajo el efecto de bebidas alcohólicas?, seguro que nada, ¿verdad? Un conductor que viaja por carretera (riesgo) decide no cambiar sus neumáticos desgastados (toma de decisiones) incrementa su velocidad hasta superar el límite permitido (ejecuta acciones), en un determinado momento se produce un reventón de uno de los neumáticos y el vehículo llega a volcar. El desenlace no hubiese sido el mismo si el conductor hubiese decidido cambiar sus neumáticos desgastados y no conducir con exceso de velocidad.

Estos ejemplos se ven reforzados por estudios internacionales realizados por la OMS (Organización Mundial de la Salud) que dan cuenta que más del 80% de los “accidentes de tránsito” se dan por causa del factor humano, un 10% por causa del factor vehicular y un 5% por causa del factor vial y las condiciones atmosféricas.

Muchas personas buscan justificar la cantidad de heridos y fallecidos alegando una falta de control, aspecto que no es correcto, ya que no es posible tener un agente de control detrás de cada conductor, tomando en cuenta que según el RUAT existen cerca de dos millones de vehículos en todo el país.

En tal sentido, es ilógico buscar otros responsables, cuando el principal actor en los siniestros viales es el ser humano, sea como conductor, peatón o pasajero.

“El vehículo es un objeto sin vida, hasta que el ser humano lo convierte en un arma mortal”.

El autor es Magister en Seguridad Vial.