En la Organización de Naciones Unidas, conjuntamente los países ricos y desarrollados, hay preocupación por el hecho de que más niños mueren en el mundo; pero, principalmente, en los países que se encuentran inmersos en conflictos armados; países que, en realidad, son centros de experimentación de nuevas armas y que los fabricantes de ellas proveen para “probar la calidad destructiva” de armamentos que siempre cuentan con grandes presupuestos, técnicos y científicos dedicados a la investigación de instrumentos que sirvan para destruir y matar más y mejor.
La ONU ha llamado, en diversos tonos y tiempos, demandando la cordura y sentido humano de quienes se encuentran inmersos en conflictos que son causantes de más muertes, porque las bombas que arrojan aviones de las partes en conflicto destruyen hospitales, escuelas, centros de recreación y sitios que están poblados por niños, debido a que “las bombas son ciegas” y no siempre los pilotos aciertan en su puntería para destruir edificaciones militares.
Las muertes reportadas el año 2017 fueron en total 21.000 y los que han sido contabilizadas en 2018 llegaron a 24.000 casos de niños que han perdido sus vidas y tanto sus familiares como sus países han tenido que llorarlos y cada uno de ellos era parte de su vida, corazón y alma; era esperanza de mejores días. En muchos casos, eran niños que, con el tiempo, ocuparían situaciones y cargos que posiblemente hubiesen evitado nuevos conflictos y habrían contribuido a mejorar las condiciones de vida del mundo.
No solamente las “grandes guerras”, como se llama a los mayores conflictos, causan muerte; en muchos casos, los niños que han sido víctimas de balas y bombas han quedado heridos y ellos murieron en el curso de pocos días o semanas; muchísimos quedaron baldados y con serias deficiencias físicas y no faltan aquellos que, traumados, viven o existen simplemente, siendo motivo de angustia, carga y preocupación para sus padres. Son niños que al perder algunos de sus miembros, o la vista o el oído están imbuidos de resentimientos, dolor y pesar por lo que hicieron con ellos los que buscan “la paz mediante las guerras y la muerte”. Son niños que mueren por la acción vandálica, desorbitada y criminal de conflictos tribales que, especialmente en varios países de África, buscan imponer regímenes ajenos a la convivencia humana.
Hay organizaciones mundiales, al margen de Naciones Unidas con sus dependencias como Unesco, Unicef, FAO, etc., etc. que viven pendientes de la buena conservación y preservación de la vida de niños, adultos y mayores; pero son infinitamente más los que buscan -conscientemente o no- su destrucción y muerte. ¿Hasta cuándo será esta especie de genocidio? ¿Cuándo habrá suficiente moral, sentimientos y amor fraterno por quienes son víctimas de la insania, de la maldad y de los deseos arbitrarios de quienes buscan “preservar la vida” destruyéndola? Todo señala que los posibles países que pueden dar el remedio están ciegos, sordos y mudos y no consideran lo que el mundo padece.
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