Luego de las elecciones generales de octubre, el país contará con un gobierno que sea efecto de la voluntad ciudadana; será el principio de nuevos hechos y acontecimientos, de cambios o ratificación de lo que el país tiene hecho o precisa realizar; cambios en las conductas y emprendimientos en que sus colaboradores e integrantes partidarios deberán intervenir. Será un tiempo en que se muestre, una vez más, que se trata de un gobierno ceñido a los principios democráticos y, consecuentemente, a la libertad y la justicia. Será, pues, el inicio de acciones que seguramente encontrarán mucho que hacer pero más de lo que haya que arreglar y componer, mucho de lo perfectible y también de todo lo que merecerá ser examinado, estudiado, correcto y conveniente para la nación.
Quien asuma la misión de gobernar a la nación, lo hará en el marco de confianza de una buena parte del pueblo y dudas y resquemores de quienes lo consideren inapropiado para el país; pero, en todo caso, será un régimen que esté enmarcado en los principios constitucionales, apegado a la democracia y consciente de su vocación por la libertad y la justicia. Para el pueblo, será el comienzo de un régimen que permita corregir y enmendar lo hecho en catorce años (a cumplirse en enero de 2020) de un gobierno que, a título de “socialista” trató de imponer medidas y condiciones de vida al estilo de los socialismos comunistas o de extrema izquierda y, que, conjuntamente sus éxitos, tuvo fracasos que han marcado seria y profundamente la historia del país.
En todo caso, quien asuma el mando de la República, deberá tener como premisa la urgencia de poseer conciencia de país; es decir, entender y convencerse de que la nación que se pone bajo su responsabilidad debe ser servida y no servirse de ella; que en toda circunstancia, el partido o grupo al que pertenezca quien haya ganado el proceso electoral, pasa a un segundo plano y que lo importante es la nación y su pueblo sin distinción de ninguna clase, con abandono total de racismo y diferencias que sólo han lastimado la dignidad y el orgullo de los bolivianos, posiciones que han mostrado en casi tres quinquenios un dominio absoluto de un partido con prescindencia de los demás, partido que por diferentes causas, razones o motivos no contó con la eficiencia, eficacia y justeza necesarias para manejar las políticas sociales, económicas y de toda índole que la patria precisaba.
Quien asuma el mando de la República deberá tener en cuenta que ha sido elegido por el voto mayoritario del pueblo para realizar cambios con sentido positivo y sin diferencias que causen más daño de los sufridos en el tiempo de estar en el gobierno. Deberá tener la seguridad de que es el pueblo el que juzgue las conductas y los hechos del régimen saliente y deberá hacerlo con altura, honestidad y responsabilidad partiendo del principio de que la patria es de todos y que nadie es más que ella que es madre de todos los bolivianos desde el mismo momento de su fundación y creación como República por los Libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre que, conjuntamente el Mariscal Andrés de Santa Cruz, forjaron la nación y le dieron impulso y coraje para conservar las libertades logradas, el imperio de la Justicia y la primacía de la Democracia como forma de gobierno y de vida de la colectividad nacional.
Conciencia de país implica práctica de la moral, cumplimiento de la Constitución y las leyes; abandono de egolatrías e intereses partidistas, dejación definitiva del sentimiento de partido que, en lugar de patriotismo, imperó en 14 años. Quienes asuman el gobierno deberán respetar y cumplir la institucionalidad que tendrá que ser repuesta y retomada porque habrá concluido el tiempo de las designaciones “a dedo” conforme a conveniencias de partido y voluntades que se creyeron omnímodas y carentes de todo control.
Una de las mayores labores a cumplirse será decidir que el primer Poder del Estado, el Legislativo, asuma el papel que le corresponde y conjuntamente el Poder Judicial sean respetados y nadie, por poder que tenga, se dé derechos sobre ellos que deberán ser libres e independientes en el cumplimiento de sus deberes y responsabilidades. Así, ambos Poderes, conjuntamente el Ejecutivo, serán la trilogía moral, política, social y económica que tenga la República a su entero servicio, porque el principio de Dios, Honor y Patria será repuesto en el sentir y conciencia de los bolivianos como forma de unidad y entendimiento, armonía y concordancia como medio para servir al pueblo y jamás servirse de él.
El inicio del nuevo gobierno tendrá que enfrentar muchas dificultades iniciales, pero que, con voluntad, vocación de servicio y sentido de país podrán superarse sabiendo que la comunidad nacional está vigente y presente cuando sus autoridades obran consciente, honrada, honesta y responsablemente, pero, cuando se vulneran cualquiera de esas condiciones esa colectividad juzgará los malos comportamientos y dando razón al principio de que “es el pueblo el que aprueba o condena las conductas de los gobernantes y ello es posible conforme a lo que hagan sus integrantes”.
Pasado el 20 de octubre empezará, pues, una nueva vida para el país y será el pueblo que tenga a su cargo una gran responsabilidad para que el mañana sea conforme a lo que cada uno desea libre y conscientemente.
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