Naturaleza, seducción y haikus:
> La poesía japonesa siempre combina más de una posibilidad de interpretación, de modo que el sentido permanece abierto
La agencia Infobae plasmó un recorrido por las temáticas y las historias de “Haikus de las cuatro estaciones”, “Cabellos revueltos” y “Cien poetas, cien poemas”, obras imprescindibles para conocer el espíritu de la poética nipona.
¿Será cierto que todo Japón tiene una sintonía esencial con la naturaleza? ¿O es parte del mito? ¿Está bien pensar que esa afinidad es una de las características que define su cultura? Creo que existen las verdades poéticas. Hay respuestas que solo puede dar el arte. La poesía ofrece una belleza diferente a la de los libros de historia o antropología. Estos tres libros de poesía japonesa trazan un itinerario preciso sobre una porción del alma japonesa.
La persistencia de una tradición es uno de los hechizos a los que nos acostumbró Oriente. Desde tiempos remotos, las cuatro estaciones ofrecieron un modo de vivir, pensar y clasificar la poesía japonesa. La primera antología imperial, Colección de las diez mil hojas (Manyoshu), compilada en el año 759, clasificaba los poemas atendiendo a sus temas. Había poemas amatorios, poemas de viaje, de despedida, pero también, poemas de primavera, verano, otoño e invierno.
Desde el nacimiento de la literatura japonesa hay una cultura de las cuatro estaciones. Pensar en las estaciones es un modo de pensar la relación de Japón con la naturaleza.
Haikus de las cuatro estaciones recoge más de cincuenta haikus (poemas de 3 versos de 5, 7 y 5 sílabas) en las versiones de Arturo Carrera, siguiendo el modelo tradicional de codificación en estaciones.
El paisaje de cada estación vale para expresar las emociones personales. A veces, basta la aparición de una luciérnaga, de hojas rojas o de unos copos de nieve para que comprendamos cuál es la estación que nos convoca.
No hace falta más. Así como las luciérnagas recuerdan al verano y asociamos a las cigarras con el calor sofocante y con el hastío, las ranas hacen pensar en la primavera. Muchos poemas con ranas son poemas amatorios porque el apogeo de su canto coincide con el horario del encuentro entre amantes.
Es muy posible que el poema más traducido de la historia de la literatura sea el haiku de Basho sobre una rana en un estanque. Incluso Octavio Paz intentó su propia versión, en Sendas de Oku.
TRADUCTORES
También Osvaldo Svanascini, Rodríguez Izquierdo, Antonio Cabezas. Son muchos los traductores que se dejaron deslumbrar por esa miniatura que tiene algo de zen y de iluminación. Con Haikus de las cuatro estaciones, Carrera agrega su nombre a ese catálogo ilustre, propiciando su propia versión. Dice: El viejo estanque una ranita rasga la ranura del agua.
El último verso tiene mucho de Carrera. Basho dice mizu no oto; literalmente, ruido de agua. Algunas versiones recurren a esa traducción literal, término a término. Otras hablan de chapoteo, o incluso se juegan a dejar la onomatopeya.
Plof o cloc. Es difícil decidir una preferida. Yo creo que no hablaría de ruido. Diría sonido. Un ruido es algo molesto, un sonido es siempre amable. La rana salta, y el sonido del agua acaba con la uniformidad. La rana interrumpe el silencio y la armonía de un estanque solitario. Pero no destruye la escena, le da otra dimensión.
En el libro de Arturo Carrera no hay precisiones temporales. Existen los poetas y existen sus haikus. Y nada más. Divididos en las cuatro estaciones, conviven poemas que nacieron con el nacimiento del haiku, con otros que pisaron el siglo XX. Gyodai, mi preferido, comparte cartel con Basho y con Shiki.
Uno de los rasgos distintivos del idioma japonés es la homofonía. Debido al número limitado de combinaciones silábicas, cada palabra tiene varias acepciones. La norma es la paronimia y la polisemia, lo que trae aparejados importantes efectos literarios.
La poesía japonesa siempre combina más de una posibilidad de interpretación, de modo que el sentido permanece abierto. Esta edición de Cabellos revueltos incluye notas del Profesor Alberto Silva, que echan luz sobre los múltiples sentidos que proponen siempre los versos de Akiko Yosano.
Silva es el responsable de la traducción directa del japonés, además del estudio crítico y las notas. La edición es elegante, invita a disfrutarla con los sentidos dispuestos. El libro se escucha, no solo se mira. (Infobae)
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