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[Augusto Vera]

Democracia en vilo


En una época en que cualquier intrascendencia que ocurre en Bolivia se la llama “hecho histórico”, uno de los acontecimientos auténticamente dignos de permanecer como de relevancia histórica, se produjo el 10 de octubre de 1982, cuando el Gral. Guido Vildoso Calderón entregó el bastón de mando al Dr. Hernán Siles Zuazo, en el extinto contexto del Congreso Nacional de la República. A partir de entonces el escenario democrático ha tenido ingredientes de los más surtidos, con una presidencia estrenada luego de dos dictaduras breves y otro gobierno militar de tinte conciliador.

El nuevo gobierno cayó rendido ante su incapacidad de sostener una economía que por lo demás venía malograda por efecto de varios gobiernos militares y civiles, impuestos y elegidos, que no supieron hacer una lectura correcta de las medidas que tuvieron que haber sido adoptadas y que finalmente derivaron en una brutal hiperinflación, que la historia de Bolivia ni antes ni después de ella ha conocido. El sindicalismo, por entonces poderoso y combativo, reclamaba la restitución de su nivel de vida que, sumado a otros factores, ha recalado en un gobierno con alto grado de inestabilidad. Pero todo eso es parte de la historia mediata, que las medidas económicas de 1985 se han encargado de restablecer, con alto costo social, es cierto.

Las prácticas atávicas pero caricaturescas de lo que hoy conocemos como la Central Obrera Boliviana, que a nadie representa, excepto al gobierno en las calles, infelizmente han restituido la beligerancia que alcanzaron durante los mandatos de Walter Guevara y de Lidia Gueiler especialmente, y aun los pretendidos dirigentes sindicales han hecho, en los últimos años, escarnio de lo que es la democracia plena. La democracia boliviana se viene abajo, no únicamente por la extensa cadena de atropellos y monumentales desaciertos en que el gobierno actual ha incurrido: elección por sufragio universal de los máximos jueces del Estado, sometimiento del Ministerio Público al poder político, sumisión del Órgano Electoral al gobierno de Evo Morales, la promulgación de leyes hechas a la medida del MAS, una Defensoría del Pueblo que es remedo del Ombudsman escandinavo, etc.

Pero además otros factores han sido determinantes para que la democracia en Bolivia esté en picada, como el discurso abiertamente racista y de enfrentamiento que el partido de gobierno ha instituido, la apología de la insubordinación a la Constitución y las leyes, cuando ellas le son onerosas políticamente. Esas conductas que los gobernantes actuales han hecho habitual, se han reflejado en las organizaciones que comparten principios ideológicos.

La reciente declaración de la Conalcam en sentido de que si su aliado político no obtiene dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional, asumirán medidas de hecho, o muchos meses antes, la amenaza de no permitir el ingreso de candidatos opositores al Chapare, donde los cocaleros son amos y señores. La reciente declaración de Felipe Quispe, “El Mallku”, según la que preferiría que el candidato de Comunidad Ciudadana gane las elecciones, porque a Carlos Mesa será más fácil tumbarlo del poder, son algunos de los signos de que la democracia en Bolivia se dirige al despeñadero.

Se ha creado un aparato jurisdiccional en que la ley y el orden, son retórica, porque los derechos de los ciudadanos que disienten con el ideario del partido de gobierno, ante la tragedia de llegar a los estrados judiciales, pueden estar seguros de que serán avasallados y con ello, su libertad, que es principio básico de toda democracia.

Nos situamos en un tiempo y espacio en que se avecina verdaderamente un acontecimiento histórico; y es que es precisamente la historia la que nos da la responsabilidad de reivindicar el camino del bien trascendental común, y pone en nuestras manos, que la visión pesimista que hoy predomina en el colectivo, se revierta en las próximas justas electorales, antes de que la democracia termine por desmoronarse.

El autor es jurista y escritor.

 
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