En los momentos más angustiosos de las naciones, provocados por epidemias, desastres naturales, guerras o crisis político – sociales, estuvo presente la comunidad internacional, para tender la mano solidaria. Lo hizo, hoy como ayer, en los cuatro puntos cardinales del planeta tierra.
Países grandes y pequeños, organismos representativos de índole mundial y regional, lo hicieron, aunando voluntades, extremando esfuerzos y venciendo rémoras, con el propósito de colaborar a aquéllos que lidiaban por vencer la adversidad, circunstancial, actitud que fue ratificada, en todos los tiempos.
Ese proceder jamás se hizo esperar. Surgió de una manera espontánea, voluntaria y desinteresada, sin detenerse en razas, credos religiosos, colores políticos ni ideologías. El objetivo fue de asistencia a quienes la requerían en determinado momento difícil, y desprovista, indudablemente, de todo mensaje político. La acción se inscribe, por lo tanto, con letras de molde, en las páginas de la historia universal.
Un gesto humanitario que ha permitido a los pueblos, en dificultades, sobrellevar los problemas más apremiantes. Sin esta ayuda, aquellos damnificados hubieran perecido. Sus gobiernos hubieran zozobrado y la historia hubiera reflejado una situación sumamente calamitosa.
En circunstancias en las que Bolivia atraviesa días y semanas de incertidumbre, a raíz de los incendios forestales en la zona de Chiquitania, en el departamento de Santa Cruz, la comunidad internacional no se mostró indiferente sino que hizo patente su concurso, para mitigar los efectos de ese desastre, que habría acabado con más de 5.600 especies de flora y fauna, según titula EL DIARIO, el uno del presente mes.
Asimismo el fuego habría devastado un millón cien mil hectáreas de área boscosa, según el dato proporcionado por la Secretaría de Medioambiente de la Gobernación de Santa Cruz (Véase EL DIARIO de 30 de agosto pasado).
En este contexto, Bolivia habría recibido, hasta el momento, de la cooperación internacional contra incendios, un monto económico que supera los 2.2 millones de dólares. Ello al margen de la asistencia técnica comprometida por otros cooperantes, según la información que ofrece EL DIARIO, de la fecha citada.
He ahí la mano generosa de la comunidad internacional. Una que ha marcado huellas indelebles de confraternidad, mismas que deberían ser reeditadas por el bien común. Una que alivia, reanima y fortalece.
En ese entendido, que sea oportuno homenajear a todos quienes hicieron posible esa cruzada a favor de Bolivia. Vaya, por consiguiente, la gratitud y el reconocimiento de todos los que conforman la población boliviana, por tan loable gesto.
En suma: la comunidad internacional siempre actúa de buena fe, sin circunloquios ni mentiras babilónicas.
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