Con alguna frecuencia, en instituciones y personas surge la idea de que el mundo debería legalizar las drogas alucinógenas, como medio para combatir decidida y decisivamente el narcotráfico. Idea por demás peregrina que en la mentalidad de la mayor parte de la población no cuaja, no encaja porque va contra toda lógica, puesto que está comprobado que cualquier provisión y comercialización de drogas prohibidas causa graves daños y hasta provoca la muerte de quienes las consumen. Creer que su libre expendio y baja de precio determinaría el menor consumo es infantil porque, llegar a ese extremo de permisividad para el consumo, sería irracional e irresponsable.
Propuestas para legalizar la fabricación, comercialización y consumo de drogas como las opiáceas, la cocaína, la marihuana, el LSD y muchas otras que se expandieron en el mundo debido al narcotráfico y a las ofertas de la farmacopea internacional, por ser esos productos fuentes seguras de ingresos financieros, sin importar las graves consecuencias que ello significaría. En nuestro país, así como en Colombia y Perú (tres principales productores de cocaína) también existe la idea de legalizar lo que, a todos consta, causa miles de muertos, personas que creen en las “bondades” de una legalización dicen que implicaría fuertes ingresos económico-financieros que “nos ayudaría a abandonar la pobreza y el subdesarrollo”.
Quienes sostienen la necesidad de legalizar las drogas olvidan lo catastróficas y dañinas que son no solamente para la salud sino para la moral de las personas y de los mismos pueblos. La medida daría lugar a que toda la fabricación actual, conjuntamente los cultivos de coca y las tenencias en manos de comercializadores, quedarían liberadas y podrían comercializarse libremente, sin restricción alguna; por supuesto, la consecuencia inmediata daría lugar a un aumento imparable de adicción, de personas que “ingresen” en el vicio hasta por curiosidad y muchos de ellos, por probar, se hagan adictos. Esta es realidad que daría lugar a la presencia de más adicción y más muertes por los excesos porque han sido víctimas de haberse “pasado” por los efectos letales que tiene la cocaína o, en su caso, la “pasta base”; idénticos resultados daría el consumo de otros alucinógenos empezando por las opiáceas, el cielo chino, el LSD, la marihuana y tantos otros que alguna industria farmacéutica crea y fabrica.
La medida daría lugar a que automáticamente surjan “fábricas legales” porque el cultivo de la coca, la amapola, la marihuana, el opio, etc. y, por otro lado, la industria farmacéutica se preocuparía por encontrar productos similares a los que comercializa. Evidentemente, la producción sin “pena ni medida” daría lugar a que por la mucha oferta disminuyan los precios y las competencias no tendrían límite alguno debido a la demanda que estaría liberada.
Legalizar las drogas implicaría crecimiento de otras enfermedades que es sabido son paralelas al consumo de drogas y en la mayoría de los casos, especialmente la cocaína, da lugar a que los consumidores se desenfrenen más por efecto del hedonismo que “no permite encontrar satisfacción en nada” y exige mayor cantidad y calidad en los productos. Hospitales y clínicas se verían colmados tanto por efecto de quienes son adictos o se hayan “pasado en sus dosis” sino también por la presencia de otros males, especialmente enfermedades venéreas, pulmonares, infecciones de diversa índole y sobrepasarían a todo ello los males cardíacos, el SIDA, sífilis, males mentales, diabetes y, lo más grave, destrucción de la vida familiar por abandono a los hijos, perniciosas influencias sobre familiares y amistades, búsqueda de nuevas víctimas que “se hagan cargo de los gastos o sean proveedores circunstanciales”.
El mundo cambiaría debido a las consecuencias morales porque habría deterioro total de valores y principios, anulación de los sentimientos de unidad familiar, destrucción de todo sentimiento religioso y abandono de virtudes y afecto por los padres, la esposa y los hijos. No habría remedio para quienes sobrepasen límites y no encuentren remedio para otros males que contraigan porque la drogadicción significaría abandono de las fuentes de trabajo y, lógicamente, los únicos beneficiarios serían los grandes productores que conjuntamente los comercializadores alcanzarían situaciones de primacía que puedan conseguir con el dinero y el poder adquirido.
Tomar conciencia de los males que causan las drogas es adentrarse en un mundo que no permite leyes ni reglas de comportamiento; al contrario, se incentivaría la delincuencia porque las drogas derivan en “urgencias que hay que cubrir”, compañías que es preciso conseguir, dinero que ganar porque el que comercia siempre busca ganar sin medida y, sabedor de que el vicioso logra dinero como sea para satisfacer su vicio, los avasalla o convierte en esclavo, siervo de las drogas y, además, delincuente potencial porque empieza robando a su familia y puede terminar su vida por haber ingresado incondicionalmente en el campo de la delincuencia que no trepida ante nada ni considera nada. Quienes propician o sugieren siquiera tibiamente la legalización de drogas tendrían que examinar su criterio y retomar los valores que seguramente los tienen enterrados o extraviados; es necesario, pues, retomar caminos de rectitud y no proponer lo que sería dañino para millones de personas en el mundo y, en sumo grado, para nuestra población siempre merecedora de todo cuidado ante el asecho de las drogas.
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