Hay una tradición artística tan marginal como persistente en los países de América Latina, los cancioneros que relatan, comentan y celebran las andanzas de ladrones, narcotraficantes, asesinos y otros hombres y mujeres en conflicto con la ley.
“Criminales inmortales, nunca voy a olvidar/ que aprendí a caminar las calles con ustedes, / cuantas noches de licor, tiroteo y mujeres”, cantan los raperos de Fuerte Apache en “Queridos amigos”, un hit en la carrera del grupo que rememora las vidas y muertes de jóvenes delincuentes del conurbano bonaerense. Y también una pieza representativa de una tradición artística tan marginal como persistente en los países de América Latina: los cancioneros que relatan, comentan y celebran las andanzas de ladrones, narcotraficantes, asesinos y otros hombres y mujeres en conflicto con la ley.
Desde el estado de Sinaloa, en México, donde se rinde culto al “narcosanto” Jesús Malverde, hasta la provincia de Corrientes, el lugar donde comenzó a venerarse al Gauchito Gil, y desde la difusión de la literatura de cordel, durante la colonización española, hasta la reciente difusión del gangsta rap y del narco rap, los cancioneros criminales convergen en una línea que discurre al margen de las culturales oficiales, como una especie de contestación a la ley y a los Estados en el campo de la memoria colectiva.
Más allá de las diversas representaciones de los bandidos, “hay trazos, tópicos que se mantienen: la disputa de honor con las autoridades y, en especial, con la policía, por ejemplo, y la mirada desafiante ante la posibilidad de la muerte violenta”, dice el historiador Diego Galeano, sociólogo y profesor en la Universidad Católica de Río de Janeiro.