Clepsidra
Se trata de una expresión muy propia de nuestro mundo aimara, cuando de insistir o porfiar en una idea fija se trata, aun a costa de equivocarse. Esta premisa nos hace suponer, sin embargo, que es la que predomina desde hace trece años en los entornos de la Casa del Pueblo y, al parecer, prevalece todavía hoy, en la mente apagada de algunos necios que se oponen a declarar desastre nacional al infierno dantesco que se cierne sobre la Chiquitania.
A tan irreductible posición se suma ahora la del Canciller del Estado Plurinacional que, aturdido por el “foco de calor” que le debe generar el inefable sombrero, ha manifestado que no sería necesaria dicha declaratoria de desastre nacional, ya que se cuenta con la solidez económica y la institucionalidad suficientemente fuerte para evitar esa disposición. Además, “declarar desastre significaría el entregar el Estado a un organismo internacional”.
Nuestro jefe de la diplomacia plurinacional acotó que dicho desastre se restringe a la Chiquitania y no a todo el territorio, afirmación que corroboramos en parte, ya que semejante incendio en el altiplano andino; en el desierto de Ulla Ulla; o en el Salar de Uyuni, más que desastre se constituiría en un atractivo turístico.
Lo notable es que hace dos semanas, cuando el fuego ya había devorado 900.000 hectáreas de bosque, el ministro de Comunicación informó que el pago por el alquiler del avión Supertanker ascendía a 6 millones de dólares (LR, 30 de agosto). Hoy, que la quema asciende a dos millones de hectáreas, suponemos que los recursos para el alquiler han debido duplicarse y, al no extinguirse todavía el infierno, la ayuda de los organismos internacionales significará también más que el doble, razón suficiente para acudir a ellos, sin la necesidad de entregarse, como afirma el Dr. Pary, pues, como van las cosas, ni quemados nos querrían.
Lo que no se le ha informado al Canciller es que el fuego de “sexta generación”, como han decidido bautizar los expertos en pirología a la quema que nos atormenta, supera una velocidad de destrucción de 4.000 hectáreas por hora, lo que significa, en buen romance, que a tiempo de leer estas líneas, los parques nacionales como el Madidi; el tan apetecido TIPNIS; y algunas zonas del chaco tarijeño, ya estarán muy cerca de ser pasto de las llamas.
Dicen los expertos que la masa de combustible es tan grande, que el propio fuego consigue modificar las condiciones meteorológicas, creando gran cantidad de remolinos y tormentas de fuego. Es decir, el incendio asume el control de la meteorología del área afectada y no al contrario.
Sopesando el costo político que significaría decretar hoy el “desastre nacional”, después de habernos dormido en nuestros laureles por más de cincuenta días, consideramos oportuno hacerlo, antes de pretender seguir gobernando, ya no desde el palacio quemado, sino desde una Bolivia quemada, bajo el simple y pertinaz argumento de: “Capricho me ha de llevar”.
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