La desgracia sufrida por el país con los incendios de bosques en la Chiquitania ha sido suficiente para que extremistas de toda clase busquen aprovechar para consumar hechos delictivos que han afectado seriamente a los indígenas y al ecosistema. Por una parte, aprovechan toda coyuntura negativa para amenazar y extorsionar a campesinos, indígenas y colonizadores y cometen todo tipo de abusos y tropelías, asaltos y robos cuantiosos; por otra parte, son seguramente autores de los incendios producidos porque en situación de desgracia de un territorio, es muy fácil para ellos cometer todo lo que pueda significarles beneficios.
Si a todo ello se agregan las conductas y acciones desplegadas por los diferentes políticos, casi siempre con divergencias y en conflicto, para los que actúan en las sombras del extremismo no es difícil “actuar en nombre de cualquiera de las partes” con miras a que el pueblo crea que fueron hechos concebidos y consumados por cada candidato con tal de perjudicar o desprestigiar a quienes consideran rivales o contrarios a sus posiciones partidarias. Estos hechos determinan que los candidatos se enrostren entre sí todo lo que la comunidad nacional juzga negativamente, porque la mayoría de los malos comportamientos se endosa a la campaña electoral.
Es innegable, por otra parte, que muchos políticos saben cómo actúan los extremistas y también “dejan hacer y dejan pasar” todo lo que hacen quienes pretenden “favorecerlos” con propaganda sucia. Así se produce una especie de anarquía, donde actúan por la creencia de que es el otro el causante o, en definitiva, que son los extremistas que aprovechan situaciones para asaltos, incitar a peleas callejeras, enfrentamientos entre partidarios de una u otra candidatura.
Quienes sufren las consecuencias de estos actos son los indígenas asentados en muchos puntos del oriente y que viven de su trabajo, de la caza, la pesca y el logro de alimentos vegetales y animales domésticos que ellos crían; pero sujetos a que se produzcan asaltos por parte de los que buscan vivir del trabajo y esfuerzo ajeno. Las amenazas de los extremistas consiguen satisfacer sus demandas por el temor de colonizadores, campesinos e indígenas que, impotentes, aceptan chantajes, amenazas y maltratos para evitar mayores males a sus familiares que casi normalmente viven desguarnecidos de alguna acción policial.
Es el gobierno el que debería desplegar personal policial en sitios donde hay desgracias naturales, como es el caso de las regiones que padecen los rigores de los incendios; los policías cumplirían un buen papel resguardando a la población de hechos extremos y dejar que los equipos de bomberos y voluntarios acometan las acciones para apagar el fuego. Es preciso resguardar a las poblaciones aledañas al territorio que es víctima de las llamas.
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