I
Juan Pablo Cárdenas S.
El mundo ha logrado alarmarse frente a los catastróficos pronósticos sobre el cambio climático. Para una o dos décadas más es posible concebir una calamidad universal de no cambiar drásticamente nuestras formas de producción y consumo a fin de poner freno al calentamiento global y la depredación de nuestros bosques, fuentes de agua y dispendio de materias primas. Pese a las guerras, catástrofes medioambientales y otros fenómenos que se suceden a diario, lo cierto es que la población mundial crece constantemente y el planeta empieza a colapsar en el abastecimiento de tantos millones de seres humanos.
Hace unos 60 años, en París, un grupo de calificados científicos nos advertían que de continuar las formas de explotación capitalista de nuestra naturaleza, el mundo se condenaría a su destrucción y, aunque la advertencia nos sonaba entonces algo exagerada, la verdad es que ya podemos apreciar los nocivos efectos de la llamada sociedad de consumo, de los intereses escocidas del ahora autodenominado neoliberalismo y de la creciente confrontación entre las grandes, medianas y pequeñas naciones para imponer su hegemonía al mundo o proteger sus reservas naturales. Por algo se dice que la próxima guerra mundial podría ser la del agua, ante su inminente agotamiento, cuando el acceso al petróleo ya ha ocasionado y seguirá produciendo graves conflictos mundiales.
Aunque tuvimos falsos profetas que nos auguraron el triunfo definitivo del capitalismo, por sobre todas las experiencias socialistas o comunistas, lo cierto es que la paz del mundo debiera revolucionar rápidamente las bases actuales del comercio mundial, prohibir la concentración económica y la extrema riqueza, además de rescatar a más de la mitad de los habitantes del mundo de la pobreza y el atraso. El mismo planeta ya no soporta tanta inequidad social y amenazas tan extremas y arriesgadas como la producción de armamentos de destrucción masiva o “disuasivas”. Asimismo, es preciso que los seres humanos se acostumbren a vivir con lo esencial y en equilibrio con tu entorno natural, lo que supone sepultar necesariamente las ideas propiciadas por las naciones hegemónicas, la voracidad empresarial y el afán de los pueblos devenidos en simples consumidores y mano de obra de intereses ajenos.
Cada país y continente debe hacer frente a la catástrofe que se avecina y que se expresa tan locuazmente en el derretimiento de nuestros hielos, las múltiples inundaciones, los incendios forestales, los ciclones y otros fenómenos que ciertamente se vienen multiplicando y acentuando en intensidad. Entre las mayores iniciativas, ya se ha dicho, hay que descarbonizar y olvidarse de los recursos fósiles para producir nuestra energía industrial y familiar; adoptar las fuentes limpias que las naciones más conscientes están ya alentando, aunque todavía más acicateados por la una nueva oportunidad de negocios que por un imperativo moral.
De la misma forma es que hay que variar nuestros hábitos alimenticios, adoptando el consumo de proteínas también limpias y no tan provenientes de la carne animal que, como se ha comprobado, es una de las principales causantes de la crisis hídrica, la deforestación e, incluso, de un sinnúmero de trastornos a la salud.
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