Permanente y hasta sistemáticamente, los bolivianos vivimos lamentando o quejándonos de lo malo que nos ocurre, de las peripecias negativas que debemos soportar por diferentes razones o sinrazones como las creadas por conductas de políticos, organizaciones de extremas izquierdas o derechas, excesos de entidades sindicales y, sobre todo, por la acentuación de la pobreza que no podemos superar. Así, podemos decir que hemos vivido desde la creación de la República el año 1825.
De mucho de lo pasado podríamos haber salido airosamente si entonces, las respectivas generaciones reaccionaban y actuaban decidida y decisivamente; pero, sobre todo lo ocurrido sobrevinieron las grandes desgracias con las pérdidas territoriales que sufrimos y no quedaron como lecciones severas que permitan tomar conciencia de realidades y encararlas con decisión, coraje y fe. Ahora, vivimos la lección más cruda de nuestra historia que, no nos afecta solamente a nosotros sino que se ha convertido en lección o desafío para toda la humanidad: los incendios producidos en la Chiquitania y que han devastado millones de hectáreas de bosques que eran pulmones y proveedores de agua y aire del planeta; incendios que han matado a millones de plantas y animales; fuego que sembró de capas venenosas a tierras creadoras de humus propicios para el crecimiento de árboles, plantas de toda especie y vegetales que se convirtieron a través de los siglos en fuente de vida para el planeta.
La gran lección de la Chiquitania no puede quedar así y que signifique una especie de nomeimportismo irresponsable de sentir y decir resignación y constancia. ¿Resignación a seguir insensibles, indiferentes y hasta contrarios a la vida y asegurar un futuro para nosotros y para las generaciones futuras? ¿Resignación a dejar que los males se ensañen contra las comunidades nacionales y contra el planeta, que cobijándonos es lo único que podría unirnos, hermanarnos y humanizarnos efectiva y constructivamente? Es preciso, pues, tener constancia en los propósitos constructivos que formulemos, en lo que emprendamos para cuidar que la capa de ozono que rodea al planeta no crezca por la irresponsabilidad de los poseedores de la Tierra que se empeñan en destruirla; constancia para realizar campañas efectivas contra el uso de lo que carcome y envenena al planeta como son artículos producidos por el mismo hombre y que si bien los beneficia nominal y circunstancialmente, dañan al planeta grave y permanentemente; constancia para cumplir propósitos que con carácter general se hayan adoptado; constancia para que todos los habitantes del mundo tengamos la conciencia de que es preciso cuidar lo que nos proporciona vida y permitirá que todo el mundo se salve de un cataclismo ambientalista que destruya todo el orbe; constancia para desestimar lo que nos desune, nos separa, nos enfrenta y nos hace más diferentes y contrarios de los enemigos que atentan contra la vida de la humanidad.
La lección dejada por los incendios en la Chiquitanía, - una de las mayores desgracias para el país-, es, debe ser, una especie de desafío para tomar conciencia de realidades y actuar conforme a lo que convenga no solamente a los bolivianos sino a todo el mundo. En lo referido al país es necesario que el gobierno del MAS -y posteriormente cada régimen que administre la nación- deponga su soberbia y sus mandatarios tengan la seguridad de que han sido elegidos por el pueblo para servir a Bolivia y no para servirse de ella.
La lección y desafío para el gobierno está en que se cambien conductas con la naturaleza y su medio ambiente que están ligados a los derechos humanos; que asuman la certeza de que solamente con comportamientos positivos, honestos y responsables permitirán que el actual gobierno pueda corregir errores y asumir, como gobierno y como partido político, conciencia de país y de servicio; que solamente el reconocimiento de los yerros cometidos le permitirá obrar constructivamente en el futuro y, así, encarar lo que debe hacer ahora aún estando en el poder, en pro del bien ambiental, de los derechos de la Madre Tierra y asumir los desafíos que significan las lecciones de la Chiquitanía, pero, muy especialmente, que se evite aprobar decretos o leyes que tengan consecuencias irresponsables.
La población, conjuntamente el resto de la humanidad, tiene deberes y obligaciones similares que son de tomar conciencia de lo que sea más conveniente y no repetir errores que, como boomerang, han vuelto en contra de generaciones presentes y futuras; que todos los seres humanos comprendamos que pisamos el mismo planeta, que la Tierra es de todos y que todos tenemos responsabilidad de su buena vida y conservación, que debemos cuidar lo que significa vida y bienestar, desarrollo y progreso, superación de la pobreza que castiga a un 65% de la humanidad y los males que nos destruyen y desunen como son las guerras y enfrentamientos basados en la soberbia de los que tienen mucho y por mucho que tienen lo destinan al perfeccionamiento de armas para matar a lo mejor que tiene el planeta: los hombres que son vida y esperanza, caridad y calidad de vida para mejorar ciencia, tecnología y el medio ambiente que es el mejor tesoro que permita no solamente existir sino vivir plenamente.
La severa lección es, pues, un desafío para que la humanidad que gozó de los bienes de la naturaleza, aprenda a valorarla, respetarla, preservarla y darle la esperanza de que el hombre, autor de muchos males que la destruyen, actúe honesta y responsablemente en pos de su recuperación. La respuesta inmediata debe ser cuidar la Tierra, hogar común de todos porque es fuente de vida y esperanzas, camino seguro a una salvación y encuentro de paz, amor y fe entre todos los hombres.
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